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La sensación que se vivía en la medianía de la década de los ’90 obedecía, con bastante fidelidad, a las características de una fuerte resaca. En lo político y económico, el fin de la guerra fría no proveyó al mundo de respuestas satisfactorias, sino que los cuestionamientos siguieron huérfanos de ideas frescas, abandonados a todo tipo de escrutinios pero sin ningún atisbo de solución. Los enfrentamientos bélicos, ahora disponibles al mundo en vivo y en directo, incrementó nuestra insensibilidad frente a la tragedia. La globalización, a todas luces, no era la panacea prometida.