Especial Lollapalooza 2012
Uno de los puntos altos del primer día de Lollapalooza fue la impecable calidad del sonido en todos sus escenarios. Sin embargo, el viejo vicio de los problemas de audio en eventos de convocatoria masiva encontró la forma de volver en gloria y majestad, nada menos que con el último cabeza de cartel del festival. Al final, la experiencia de ver en vivo a Foo Fighters fue de dulce o de agraz dependiendo en buena parte de la ubicación en que se encontraba el espectador.
Desentendiéndose de la enfermiza puntualidad de todos los shows, y faltando 7 minutos para la hora de inicio pactada, los habitantes del Movistar Arena empezaron a pifiar nerviosamente. Mucha ansiedad y expectación se generó en torno a la presentación del norteamericano, quien aún no logra descartar del todo la chapa de fenómeno mediático, en contraposición a los que afirman en el estilo que cultiva la renovación más profunda producida en la música de baile durante los últimos años.
Lo pequeño del Huntcha Stage esta vez jugaba a favor: la intimidad le viene bien a la música de Jiminelson. La banda, que en escena presentó trompetas y un par de guitarras más a su ya tradicional formación, tocó para un público que, dadas las circunstancias, no era muy numeroso, pero sí fiel.
Peaches es un mundo de posibilidades. La performance de la canadiense combina el erotismo y la teatralidad en un pack que incluye vestimentas estrafalarias, jugarretas varias sobre la tornamesa, visuales que van de colores chillones a porno y dos bailarinas que la acompañan ocasionalmente.
Lo que queda claro después de ver a MGMT es que la banda es amada por sus fans, pero un tanto incomprendida -o ignorada- por la masa en general. Tocando frente a una gran porción de los presentes en Lollapalooza, el pop sensible, sofisticado y lisérgico de los oriundos de Connecticut parecía estar, a ratos, en el contexto equivocado.
Fernando Milagros ofreció un show simplemente redondo, con un setlist que en gran parte recogió lo más selecto de “San Sebastián” (2011) y un manejo escénico sin mayores aspavientos, pero cálido y acogedor hacia los presentes.
La primera impresión lo decía todo: Kidzapalooza estaba lleno a más no poder con personas que, en su mayoría, fueron niños hace ya algunas décadas.
Una leyenda llegó a imponer rock a la tarde del Parque O’Higgins cuando Joan Jett subió a escena acompañada por The Blackhearts, ante la expectación generalizada de miles de personas. Los avezados, esperando ver qué recovecos de su discografía mostraría en vivo. Los fans casuales, ansiosos por los singles más conocidos. Aquellos que no la conocían (de nombre, al menos), curiosos por saber de qué iba el asunto. Y todos saltando al unísono con el comienzo de ‘Bad Reputation’.
El escenario les quedó chico a los Illya Kuryaki and the Valderramas. La explanada del Parque O’Higgins era el lugar, merecían un tablado más grande. Consideremos la expectación generada tras el anuncio de reunión de la dupla Spinetta-Horvilleur y la explicación se da por sí sola. Para muchos se trató de la reconciliación con un repertorio que hizo mella en el público local hace un buen puñado de años, y que recién ahora tuvieron la oportunidad de presenciar. Por lo mismo, la propuesta no podía ser otra que la de un frontón de éxitos, a prueba de festivales, un despliegue de sus más nobles cartas reinterpretadas con soltura y precisión.
Con dos EPs en su historial, We Are The Grand llegaba a Lollapalooza como una de las bandas más jóvenes del cartel. Esto quedó de manifiesto, en primera instancia, al observar al público que los fue a ver, quienes, en su mayoría, no pasaban la mayoría de edad.
Uno de los principales méritos de TV on the Radio está en su capacidad convocante. Los neoyorquinos no eran los más esperados y mucho menos los más conocidos del cartel de este Lollapalooza, pero su repertorio consiguió encantar y entretener tanto a fans como a quienes se acercaron al Coca Cola Stage a curiosear.
La buena reputación que precedía a Band of Horses se vio ampliamente confirmada en su exitoso paso por Lollapalooza. Fue un show categórico, limpio, sencillo en su plenitud: todo elemento en su lugar y nada fuera de borde. Un despliegue pornográfico de guitarras de diversos tipos y órdenes iba alternando el tinte de cada una de sus canciones.
A la hora de más calor en el Coca Cola Stage, los británicos Friendly Fires salieron a escena como una de las bandas de moda en el circuito del indie electrónico, y con la misión de prender el ambiente del domingo. La muchedumbre que se apostó para verlos pudo bailar y sonreír con la elegante, y a la vez energética, performance del grupo.
El calor inmisericorde del primero de abril no fue obstáculo para que Foster the People debutara en Chile ante un sorpresivo marco de público dada la hora y el clima. Más de diez mil personas estaban con la vista fija en el escenario, no por curiosidad o coincidencia. Todo era a propósito. Su presencia, los colores chillones, la pintura fluorescente, las pelucas estruendosas. Sabían a lo que iban. Saltaron, cantaron, bailaron durante la hora entera que duró el show. Una audiencia impecable por sesenta minutos de corrido.
Como una de las escasas cartas folk nacionales, Camila Moreno se presentó abriendo los fuegos en el Coca Cola Stage del día domingo. Acompañada por un grupo de seis músicos, la artista montó un show muy conceptual, que incluyó latas de pintura, vestimentas llamativas, discursos antigobierno, máscaras de ex presidentes, capuchas y bombas de agua que tiraron desde el escenario simulando disturbios.
“¿Es muy temprano para bailar?”, preguntó Alex Anwandter a quienes llegaron al Alternative Stage antes de comenzar ‘Shanana’, de su más reciente disco “Rebeldes”, de donde extrajo la mayor parte del repertorio seleccionado para esta ocasión: un show que estuvo marcado por el desfile de hits que no dejó fuera éxitos de su antigua banda (‘Bailar y Llorar’, ‘Amar en el Campo’) y que no permitieron que nadie se quedara quieto.
Si bien nunca se ha cuestionado que Björk hace la música que se le da la gana, la última década ha sido en extremo gráfica al respecto. Tres discos difíciles, cada uno a su manera, complejos de digerir para aquellos que una y otra vez han esperado un regreso a los sonidos que le dieron fama a la islandesa en los años 90. Pero no: cada álbum ha sido una continua exploración por caminos aún menos accesibles.
El de Calvin Harris era, en el papel, el tope horario más complejo de la primera jornada de festival. En paralelo a él estarían tocando los Arctic Monkeys y luego Björk, lo que podía llevar a pensar, en primera instancia, que la gente no asistiría en gran número al show del escocés.
Uno de los más esperados debuts que se produjo este fin de semana recién pasado en nuestro país fue el de Arctic Monkeys. Alex Turner y compañía llegaron, quizás sin saberlo, a un punto de Latinoamérica que siempre ha tenido una sensibilidad especial con las bandas británicas, y donde su sonido ha generado amor y odio a partes iguales durante años. En otras palabras, las expectativas estaban disparadas, más aún tras el éxito -ahora sí- mundial que les reportó “Suck It and See”, su última placa.
Lo que pasó el sábado en la tarde con Crosses es uno de los motivos fundamentales para poder afirmar la extrema importancia de instancias como Lollapalooza. A nada conduce tratar de moralizar el line-up, indicando quién falta, quién sobra o quién merece, pero sí resulta reconocible el hecho de que -si no es por la circunstancia que nos convoca- lejana sería la oportunidad de presenciar un proyecto tan especial como éste, ya sea porque se trata de la primera vez que tocan fuera de los Estados Unidos, ya sea por la naturaleza propia de esta banda a cargo del siempre emotivo Chino Moreno.
La frecuencia con que el mercado discográfico saca y saca “nuevas promesas” ha hecho inevitable la existencia de dudas razonables sobre sus merecimientos. Y, en teoría, sería lógico meter en ese mismo saco a Cage the Elephant, relativos desconocidos en el Cono Sur a pesar de tener ya dos discos editados. Sin embargo, su presentación en Lollapalooza fue un jolgorio para sus fans, un desmentido categórico para sus detractores y una bofetada energética en la cara de los curiosos que no habían escuchado de ellos antes. Todo al mismo tiempo.
Cargaban con el peso de ser una de las bandas menos conocidas del festival, pero Föllakzoid terminó coronando una presentación redonda en su paso por Lollapalooza. Con una puesta en escena simple, que incluía luces apagadas y unos rayos que apenas los iluminaban de vez en cuando, a los de BYM Records les bastó con su música para llevar a los espectadores de su show a lugares totalmente lejanos.
La calidad musical de la banda sonora de 31 Minutos es innegable. El impacto de la serie en el imaginario nacional (y latinoamericano) tampoco resiste análisis. Por lo mismo, era natural esperar que su show en vivo, cerrando el escenario Kidzapalloza el sábado 31, terminara bien. Lo que no estaba en los cálculos de nadie es que fueran uno de los puntos más altos en la primera jornada del festival, ante un lleno absoluto en que niños y adultos por igual corearon a rabiar cada una de sus canciones con una sonrisa en los labios.
Rara avis es ver tocar a Electrodomésticos. Muchos tenían cara de primera vez. Y es natural si pensamos en la historia –nunca es malo decirlo- de una de las bandas más influyentes de la música local en la actualidad. La espesura y el genio de Carlos Cabezas, el controlador de todas las variantes posibles dentro del juego, dan para entender el porqué de este hecho.