Disparos, explosiones, helicópteros, quebrazones, alarmas, consignas, chuchadas, cacerolas. Hasta el fuego suena. Desde el 18 de octubre, cuando Chile estalló de rabia y Piñera declaró una guerra contra “un enemigo poderoso e implacable” y soltó los perros, las calles han hecho más ruido que nunca en tres décadas.
Impactada por la barbarie policial, la gestora del netlabel Modismo, Jessica Campos, conocida como Alisú, decidió hacer un pequeño gesto y convocó por sus redes a todos los productores electrónicos que quisieran aportar con tracks para un compilado cuyos beneficios económicos irían en ayuda de los que sufrieron daños oculares durante las manifestaciones. El único requisito era samplear la calle, tomar los sonidos de la crisis e incluirlos en los temas.
No esperaba la respuesta que recibió: en pocos días, la bandeja del correo de Modismo estaba repleta de archivos de músicos chilenos, mexicanos, uruguayos y de otros países. Tantos, que el equipo a cargo del compilado Chile no está en guerra debió seleccionar los sesenta mejores y repartirlos en cinco volúmenes para publicarlos, uno cada semana, en la plataforma Bandcamp para descarga de pago.
Al mismo tiempo, la DJ y productora chilena Valentina Montalvo, Valesuchi, radicada en Rio de Janeiro, echaba mano de sus contactos internacionales para generar otro compilado. En cinco días recibió 52 obras de músicos de todo el mundo, desde chilenos como Diegors, DJ Raff y Tomás Urquieta hasta figuras globales como Nicola Cruz o Silent Servant, y las editó bajo el nombre de Despertar: Chile, con el fin de recaudar fondos para organizaciones que apoyan a los heridos en las marchas.
‘Hastío’, ‘El peso de la noche’, ‘Los caídos’, ‘Dignidad’, ‘Evadir’, ‘Nos tienen podridos’, ‘Amor a la primera línea’ o ‘Estamos despiertos’ son algunos de los títulos que aparecen en Chile no está en guerra y reflejan el espíritu combativo del disco. Más relevante es la música misma, capaz de transmitir la tensión, angustia y dramatismo de la lucha callejera, tanto por los sonidos concretos, muchos procesados con maestría hasta liberarlos de la referencia obvia, como por las composiciones, que van desde ambient apesadumbrado a industrial incendiario. El amplísimo rango de sonidos, ritmos y formas que entendemos como música electrónica permite comunicar, mejor que ningún otro género y sin necesidad de versos, los estados de ánimo que cruzan esta crisis.
Ambos discos colectivos acumulan ciento doce tracks inéditos cedidos por sus autores, a los que se suman conciertos y fiestas, programas radiales, conversatorios y otras acciones en medio de la crisis. La reacción de la comunidad electrónica es tan contundente que no puede ser casualidad ni oportunismo. Desde su llegada a Chile, a inicios de los años noventa, buena parte de la música electrónica local se ha mantenido underground y ajena a las lógicas de mercado, casi siempre ignorada por la prensa y las radios y consciente de su condición contracultural. A través de estrategias sonoras y performáticas, ha dado cuenta de los dolores y desajustes de la posdictadura, ha desarrollado vías alternativas al modelo neoliberal y, por sobre todo, ha ampliado los sonidos que pueden ser, y de hecho son, contingentes y políticos.
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Luis Felipe Saavedra (1978) es periodista de la Academia de Humanismo Cristiano y Diplomado en Apreciación Musical por la Universidad Adolfo Ibáñez. Desde 2000 colabora en medios escritos, de radio y audiovisuales. Fue editor del portal de música independiente Super 45 y desde 2018 es editor de la revista sobre música chilena “The Note”. Como tecladista ha tocado también desde 2001 en los grupos Mota, The Ganjas y Los Días Contados, con varias producciones discográficas editadas desde 2002 en adelante.