Seis años tuvo que esperar Santiago de Chile para que el artista canadiense, quien tuviera su debut en la versión 2017 del Lollapalooza, llegara con un show propio. Y aunque la espera se hizo larga, es difícil que algún asistente en estos dos días crea que no valió la pena.
Ya desde el ingreso al estadio las sorpresas no se hicieron esperar: una luna llena de 10 metros de alto que se alzaba al final de la cancha a 6 metros de altura, una mujer robot de 6 metros -hecha de fibra de vidrio y metal, diseñada por el ilustrador japones Hajime Sorayama- hacia la mitad de la explanada, todo esto unido por una pasarela de 56 metros de largo que terminaba en el escenario, una recreación a escala de la ciudad futurista omnipresente en los últimos trabajos de The Weeknd. Excelente uso del espacio diría el juez de un show de talentos. Una experiencia completa diría el público del monumental concierto.
El sol caía en La Florida, los teloneros ya habían encendido al público, mientras que el resto seguía llegando. No es tarea fácil caracterizar al público de The Weeknd. Algunos eran familias completas, otras parejas adultas que buscaban un instante de romance, algunas sólo eran unas chicas que querían estar de fiesta. Los fans más acérrimos ni se distinguían. Estaban desde quizás qué hora pegados a la reja esperando tener aunque sea un pedazo de su ídolo.
Finalmente pasadas las 21:15 las luces bajaron, los gritos aumentaron, y unas espectrales bailarinas emergieron (cubiertas de mantos blancos, nunca les vimos las caras) caminando por la pasarela. La minimalista banda también hizo su entrada, un baterista, un guitarrista y un, a falta de otras palabras para describirlo, maestro de los sintetizadores, quien se ubicó sobre uno de los rascacielos del escenario vistiendo una chaqueta que más parecía capa que una simple indumentaria para combatir el frío. Lo teatral no se le escapaba a nadie.
Y entonces lo vimos aparecer. Con un outfit entre militar y robótico, brazo y máscara metálicas; otra muestra de que aprendió más de un truco de Daft Punk antes de que estos pasaran a otro plano existencial (el desempleo). Su entrada vino de la mano de su colaboración con Rosalía, ‘La Fama’, en la que incursionó en la lengua hispana, un guiño al pueblo latinoamericano a quien le daría más de un gusto durante la velada con su español limitado pero lleno de emoción.
No se demora demasiado en tener al público en sus manos, con quienes coquetea y mantiene un diálogo. Se ve genuinamente conmovido por la energía de los asistentes y su compromiso y es en estos detalles cuando una estrella de la talla mundial como él deja ver su lado más humilde. Sí, Abel, la gente sabe tus canciones. La gente lo está pasando bien. La gente corea ‘Take my breath’, ‘Can’t feel my face’, ‘The Hills’, ‘Starboy’. En ‘Faith’ se quita el casco y queda expuesto ante nosotros, vulnerable. En ‘After Hours’ parece que los asistentes son poseídos por un coro sobrenatural, que acompaña al cantante que solo tiene su voz en la cual recaer.
Este es un buen punto para detenerse. Estos últimos años, donde el artista ha entregado los mejores trabajos de su carrera After Hours y Dawn FM, y sobre todo este 2023, con el debut y despedida de su polémico show The Idol, parece que estamos constantemente expuestos a The Weeknd. En la radio, en la tele, en las trends de TikTok. Y esta sobreexposición de repente pareciera que nos ha hecho olvidar un detalle muy importante: Abel Makkonen Tesfaye tiene una increíble voz. ¿Han notado cuando un artista en vivo tiene que bajar la escala en algunas partes de sus canciones porque no puede llegar al tono de la grabación original? Abel hace todo lo contrario, su interpretación limpia y ese falsete que tanto lo caracteriza viene y va con unas sutilezas maravillosas. No hubo escala musical en la que no cantara las palabras “Santiago” y “Chile” como si fueran parte de sus canciones.
Siguen las maravillas. El público cae de rodillas con ‘Earned it’. Grita extasiado cuando llega el tiempo de hacerle un cover a ‘Love me harder’ de Ariana Grande. Le pide al público que cante con él ‘Out of Time’, su canción favorita del repertorio. La sonrisa en su rostro es imborrable.
Y en medio de todo esto, la ciudad del escenario sigue viva. A veces cambia de clima (en algún momento incluso está congelada), de hora, de colores, es una extensión del mundo interior del artista, donde las bailarinas son espectros que atormentan la ciudad. La iluminación, la puesta en escena, todo converge para crear un ambiente que parece hostil pero es realmente muy cálido. Abel, sabemos que quieres ser un chico malo, pero en el fondo solo quieres ser amado. Y te amamos.