Quien se adentre en las páginas de Virus (Planeta), el libro escrito por Marcelo Moura, con la expectativa de un relato acabado y en primera persona sobre la fundamental banda argentina, solo encontrará lo segundo. Marcelo Moura elude un relato cronológico y elige una serie de capítulos temáticos que van y vuelven en el tiempo, matizados con una permanente y llamativa dosis de humor. Así, hay fragmentos dedicados a los inicios de la banda, a “la movida” de los ‘80, a su familia, a los viajes e incluso a asuntos específicos (“Equipamientos y datos técnicos”) o collages sin mayor definición (“Picada de anécdotas”).
El problema es que esas narraciones nunca se consolidan, sino que se parecen más a la charla veleidosa de un viejo crack del pop latino. En apenas un par de páginas, por ejemplo, Marcelo Moura pasa del debut de Virus -el 11 de enero de 1980 en un club barrial de La Plata, eso sí está especificado- a la aparición de Relax, en una Argentina que comenzaba a recobrar la democracia. En otro pasaje describe vagamente la actuación de unos todavía desconocidos Sumo en el Café Einstein de avenida Córdoba, pero la abandona de inmediato para un ligero recuerdo de la escena de los ‘80, una “década de oro” evocada con la misma nostalgia con la que ciertos hombres de edad vuelven sobre cualquier atisbo de su juventud.
Desde este lado de la cordillera es algo decepcionante leer, por ejemplo, sobre la primera salida de Virus hacia el extranjero, justamente a Chile: “Recuerdo que estábamos por tocar en el programa más exitoso del momento y se nos acercó un tipo y nos dijo: “Tienen que tocar tres temas, ¿cuáles son?” Le dijimos los que habíamos elegido y nos pidió las letras. Al rato volvió y nos dijo: “Estos dos no los pueden tocar”. Cuando le preguntamos por qué, nos dijo: “Porque los directivos que leyeron las letras no entienden lo que quieren decir”. Claro, una metáfora podía ocultar un mensaje diabólico, así de cerrado era el panorama, y en su ignorancia nos censuraron canciones de una inocencia absoluta y nos permitieron tocar las que contenían mensajes más jugados y comprometidos, que habían pasado desapercibidos para ellos. Más que enojarnos, la situación nos divertía”, relata, pero sin pasar de esa anécdota. En lugar de un relato detallado o de una narrativa a la altura de su protagonista -una banda provocadora, atractiva, elegante- Marcelo Moura escribió una historia liviana y salpicada de reflexiones terapéuticas. Incluso hay una “mouraleja”, una premonición del ingenio con que el autor anunció recién el disco solista Disculpen la Demoura.
A pesar de todo, Virus tiene pasajes valiosos. Una parte está dedicada a las letras y permite descubrir, por ejemplo, la cita al Ulises de James Joyce que contiene “Luna de miel en la mano”. Otros fragmentos, sobre la vida familiar de los Moura o un temprano trabajo de Federico en una tienda de ropa, hacen vínculos interesantes con la estética de la banda. El momento en que se describe la grabación de Superficies de placer, con Federico Moura ya diagnosticado con sida, también es revelador.
El capítulo más relevante es el que Marcelo Moura dedica a su hermano Jorge y su trágica historia de compromiso político. Allí cuenta cómo agentes de la dictadura argentina allanaron la casa familiar, lo detuvieron frente a hermanos y padres y lo torturaron hasta desaparecerlo. Es un pasaje que ilumina una parte desconocida de la historia de Virus, una banda que por años se asoció a un pop superficial y ajeno a los vaivenes políticos de la época.
Algo es algo. En las primeras páginas, contando una anécdota, Marcelo Moura suelta una frase que, sin intención, describe parte de lo que ocurre con los párrafos siguientes: “Tengo el ‘don’ de los políticos, es decir, la capacidad, cuando quiero, de hablar mucho tiempo sin decir absolutamente nada”.