Oasis debutó en Santiago en marzo de 1998. Tocaron en San Carlos de Apoquindo, en un concierto publicitado todo ese verano por televisión abierta y auspiciado por los helados Bresler, que se regalaban al público en las horas previas. No había separaciones en la cancha ni pantallas gigantes, solo un lienzo colgado tras la batería. Todo fue registrado y emitido luego por el canal Rock & Pop. Imágenes oscuras, de baja definición, en las que solo se ven los primeros apretujados contra la reja, aunque el estadio estaba lleno. Entonces, todavía era raro que una banda de magnitud planetaria llegara hasta este lado del mundo.
Todo aquello parece muy lejano en el tiempo, pero ni siquiera hasta esos años llega Oasis: Supersonic, la película de Mat Whitecross que tendrá su estreno chileno en el Festival In-Edit Nescafé. El documental es un relato circular que se inicia y concluye en los conciertos que Oasis dio en agosto de 1996 en Knebworth, dos noches en las que una multitud los vio descender en helicóptero, como el Shea Stadium vio a los Beatles. Eran 250 mil personas y eran pocas, porque casi un millón y medio quiso comprar entradas.
Esos conciertos son la cumbre en el vertiginoso auge de Oasis, que es lo que narra la película. Lo de Chile, parte de la gira para promocionar el fallido Be here now (1997), forma entonces parte de la larga caída, que no tiene espacio en la narración. Tampoco lo tiene ninguna circunstancia en torno al auge de la banda. Apenas aparece Alan McGee, para relatar cómo los fichó en Creation luego de verlos tocar. No hay brit pop, no hay contexto. Como si Oasis hubiera nacido por generación espontánea en una Inglaterra donde no se oía nada más. Como si Noel Gallagher nunca jamás hubiera dicho que Tony Blair era una de las siete personas que daban esperanza “a la juventud de este país”. Las otras seis, por supuesto, eran Oasis y su productor.
Lo que no podía esquivar Oasis Supersonic, obviamente, eran las eternas disputas entre Noel y Liam Gallagher. No podía, porque esa bronca parece ser parte de la misma chispa creativa del grupo. Noel lo explica, divertido, en términos de perros y gatos. Peggy, la madre de ambos, también aporta su testimonio y es uno de los aciertos del documental, tal como los pasajes donde se aborda la conflictiva relación con papá Gallagher. Porque a pesar de sus falencias, el trabajo de Whitecross tiene atractivos irresistibles. Uno es la forma de contar la historia: nada de entrevistados en cámara, solo voces en off, animaciones y recreaciones que capturan la atención de principio a fin. Otro es el ingente material de archivo, que reflota el hechizo que tenía Oasis en aquellos años. Rocanrol, muchas drogas y orgullo mancuniano. Eran divertidos, arrogantes, pendencieros, vivaces. Liam se vestía como un hooligan del Manchester City, Noel no era aun el caballero ceñudo de hoy. Y tenían canciones espléndidas, que se “nutrían” de la mejor tradición británica y que acá se pueden escuchar con otros oídos: una temprana versión de ‘Live forever’, la historia tras la entrañable ‘Talk tonight’, las voces en el estudio de ‘Champagne supernova’, por decir tres secuencias para atesorar.
Al final, es un asunto de límites y Oasis: Supersonic tiene el espíritu de las biografías autorizadas: acceso privilegiado a los protagonistas, fronteras impuestas por ellos mismos.