Por Felipe Arratia
Ficción: The Strokes se separaron el 2006 tras la tibia recepción a su irregular placa anterior. ¿Qué habría pasado? Sin duda, los lloraríamos; seríamos viudas quejumbrosas repitiendo como una letanía a cada nueva banda hypeada: “Sí, pero no son como los Strokes. Esos sí que eran buenos”. Como sabemos, la distancia del tiempo distorsiona la realidad y tratándose de una banda con tamaño pedigree, esos cinco años habrían pasado en medio de rumores de reunión y ofertas millonarias para el festival de turno. Siempre queremos lo que no tenemos.
Pero no: The Strokes, tal como dijo Cobain en una carta, no se quemaron sino que se apagaron lentamente. Se disgregaron en proyectos, sonidos e intereses distintos y parecían cómodos sin tener que someter su creatividad a debate. Eso, hasta que llegó “Angles”.
Dicen que el promedio de vida de una banda de rock hoy en día son 10 años, y justamente a una década del explosivo ‘Is This it’, a los neoyorquinos les llegó el momento de tomar opciones: o abandonar ahora, dejar un bello cadáver y hacer crecer el mito de “y cómo habría sido si…”, o esforzarse por averiguar cómo suena su modelo 2011.
Esta nueva placa es puro sacrificio, y el sacrificio no es bonito ni placentero; de lo contrario, no lo sería. Es el fruto tenso, doloroso y demoroso de cinco tipos que no tenían ganas de hacer un disco juntos, pero que entendieron que hay algo más grande que sus voluntades individuales. “Angles” representa la madurez del quinteto no como sinónimo de encontrar un sonido propio, sino como comprensión de que al talento hay que ayudarle con trabajo y a la inspiración se la busca con constancia en el estudio.
Como viejos zorros que son, Casablancas y compañía pusieron los tres tracks más redondos en la partida: ‘Machu Picchu’ es puro groove con aires exóticos y el ritmo por encima de la melodía. Y luego ‘Undercover of Darkness’ emerge como un tema que no habría desteñido en su histórico debut gracias a las entonaciones extendidas del niño Julian, las guitarras crujientes de Valensi y los redobles endiablados del ex ruliento Fab Moretti. La tríada se cierra con ‘Two Kinds of Happiness’, composición que posee un irresistible aroma a The Cars (obra del bajo de Nikolai Fraiture) y que sugiere noche, calle y excesos, por lo que difícilmente podría haber sido compuesta fuera de Nueva York.
Los problemas comienzan con ‘You’re so Right’, cuyas secuencias monótonas están más interesadas en explorar texturas que en construir estribillos. Y el cuadro no cambia demasiado con ‘Taken for a Fool’ y ‘Games’, canciones que intentan sin éxito equilibrar los intereses sintetizados de Julian Casablancas con el garage melódico de Hammond Jr y Valensi. Es como hacer un agujero en la pared y poder mirar lo qué pasa en la interna: son retazos sin terminaciones de una banda que crece en público y está redefiniendo su orientación sonora.
En medio de esta ausencia de coros, ‘Gratisfaction’ surge como un oasis pop que regala sonrisas y luce relajada en medio de tanto diente apretado y miradita de reojo. Para el cierre, ‘Life is Simple in the Moonlight’ baja las pulsaciones y nos deja en un lugar mullido, pero con un mensaje que suena más a manual de autoayuda que a una amenaza real: “don’t try to stop us, get out of the way”.
“Angles” -qué duda cabe- no estará entre los trabajos más memorables de The Strokes: es un álbum de transición que le otorga lógica a la decisión ya anunciada del grupo de entrar nuevamente a grabar cuanto antes. Sin embargo, es un testimonio valliente de que esta banda no posee ningún interés en mirar al pasado tan pronto. Como obra musical, prescindible; como acto de supervivencia, clave. Roma no se construyó en un día.