Los discos que provocan interrogantes ayudan a sacar conclusiones valiosas o, al menos, dilucidar el sentir frente a un problema. El último álbum de The Dodos, “No Color”, es un buen punto de partida para pensar en cómo una obra puede ser considerada al mismo tiempo un regreso al camino virtuoso, una falta de atrevimiento o, de plano, un auto plagio. Cada una de esas ideas encuentra un poco de razón en el cuarto álbum de este dúo, que en su anterior trabajo (“Time to die” de 2009) sumó un integrante multiinstrumentista a su esquema de guitarra acústica y batería, sólo para terminar desaprovechando la atención concitada por su placa de 2008, “Visiter”.
Si bien la producción del álbum recae nuevamente en John Askew, su fiel asesor -de quien prescindieron sólo en la manzana de la discordia de su catálogo-, esta vez la tosquedad se quedó en la banca para ser reemplazada por otro tipo de tratamiento, que tampoco es fino en los detalles, pero sí supera en recursos al ejemplo a seguir. En “No Color”, las filas de The Dodos sólo se abren para recibir a Neko Case (The New Pornographers) como invitada, aportando su voz en la mayoría de las canciones del disco y dándole matices nuevos a la música del tándem californiano, además de un buen dato de trivia para contar.
Las preguntas abundan al poco andar. ¿Será que The Dodos perdió el curso en su anterior álbum y ahora lo recobró? ¿O estamos ante un par de tipos autocomplacientes que sólo quieren ser aplaudidos de nuevo? ¿Se pierde credibilidad con una maniobra como ésta? Es difícil responder, porque las nueve canciones de “No Color” seducen hasta convencer de que el grupo está eximido de toda culpa y le dan un giro al cuestionamiento. ¿Qué tiene de malo copiar una fórmula cuando es propia? ¿No será más bien que la pérdida de fe en un grupo tan joven es sintomática de esta era exitista? Tal vez el dúo sólo quiere completar lo que empezó, en la búsqueda de una impronta lo más distintiva posible, en vez de arriesgarse y terminar sonando genéricos (como en “Time to die”). Pero, aunque sea sin dejar de mirarse el ombligo, resulta irónico que la banda deba copiar para ser original.
Dado que la apreciación de un disco está supeditada al caprichoso devaneo del gusto personal, “Visiter” es un parámetro lícito para evaluar a este “No Color”: si te conquistó el primero, no tendría que haber problemas en que el segundo también lo consiga. De nuevo, no es que sean totalmente iguales, pero hay una identidad compartida y un evidente continuismo entre ambos. Cualquiera podría aferrarse a las diferentes posturas que este álbum ha provocado y defenderla con argumentos suficientes para convertirla en una indiscutible verdad personal. Finalmente, nada es absoluto si se trata de gustos musicales y menos cuando se usa de espejo una obra tan entrañable.
Inspirados en sí mismos, The Dodos cosechan uno de los frutos más sabrosos de la estación, un álbum lleno de esa magia rústica que sólo produce la unión del vocalista y guitarrista Meric Long con el batero Logan Kroeber. Folk de veta acústica ejecutado por dos fanáticos del heavy metal que todavía no se cansan de castigar sus instrumentos (‘Good’, ‘Black Night’), aunque también saben contenerse para enriquecer el dramatismo (‘Don’t stop’, ‘Companions’). Ampliar la paleta estilística en su anterior elepé sirvió para que el dúo mostrara su versatilidad, pero en “No Color” la máxima de que menos es más adquiere auténtica validez en terreno: es mejor dejar las canciones en carne viva y sangrante que bajo una piel tersa que no les pertenece.