Catarsis: Purificación, liberación o transformación interior suscitadas por una experiencia vital profunda.
Simulacro: Ficción, imitación, falsificación
Cuando uno entraba al Teatro Nescafé de las Artes y veía lo que había sobre el escenario, antes de salir los músicos, podía temer que las advertencias desde producción fueran reales. Se había informado que se recomendaba llevar tapones. De hecho la propia productora repartió de estos para los asistentes, en previsión de la tormenta sonora que se prometía.
Sobre el escenario, además de los instrumentos, formando casi un semicírculo, varias torres de amplificadores casi amontonados los unos sobre los otros, sin hacer uso de gran parte del fondo de escena que permite el teatro, dominaban la puesta en escena. Apenas unos pequeños elementos escénicos luminosos en la parte de atrás rompían esa imagen de aparatos e instrumentos, que casi parecían amontonados en una sala de ensayo.
Quien hubiera estado siguiendo los detalles de esta gira denominada The Glowing Man, no se iba a sorprender. Siete únicos temas a lo largo de más de dos horas, sin concesiones a la nostalgia ni el pasado, centrado en la etapa de regreso discográfico de la banda tras su paréntesis de catorce años sin discos de estudio. Nada que objetar. Con su retorno en 2010 con My father Will Guide Me Up A Rope To The Sky y, sobre todo con The Sheer (2012) y To Be Kind (2014), al contrario que en otros casos (elija el que le convenga, de Stone Roses a Libertines), su leyenda no ha dejado de aumentar y las alabanzas críticas han sido unánimes e incluso ha salido del nicho de culto en que se movieron durante años, para alcanzar un público más masivo y variopinto.
Porque eso era lo que uno se podía encontrar. Desde viejos metaleros y fans del progresivo, hasta modernos despistados e indies de diferente calaña. Y, dado lo extremo de la propuesta, no es poca cosa. Cuando la banda salió al escenario entre el delirio de los asistentes, Michael Gira pasó todo el primer tema -el largo instrumental ‘The Knot’- de espaldas. Uno puede pensar que visto este primer tema ya vio todo el concierto. No hay trampa en ello: subidones eléctricos, zonas de placentero relajo instrumental, para volver al ruido. La ausencia del carismático Thor Harris, el percusionista que hace honor a su nombre de dios nórdico -un salvaje sobre el escenario y un espectáculo en sí mismo- fue algo a lamentar.
Una vez pasada esta toma de contacto, quedaba demostrado que no era tan fiero el león como lo pintaban. La necesidad de tapones no era urgente, pero servía de gancho para dotar de misticismo y expectación al concierto. Swans es una banda extraordinaria. Todos ellos cumplen su función de, por momentos, emitir sonidos que parecen sacados del infierno y, en otros, exhibir una técnica minimalista que resalta la belleza de las composiciones.
No es difícil rastrear el legado de Swans en la música contemporánea. El vozarrón cavernoso de Michael Gira, los temas en espiral de la música drone y doom, los subidones y bajones, se pueden encontrar en bandas desde Earth hasta Sunn O))) o gran parte del post-metal y post-rock. O encontrar similitudes en las oscuridades de contemporáneos como Nick Cave o Bauhaus. Sobre el escenario Gira se comporta como un predicador, pero no uno dotado del don de la facundia, sino uno que con las palabras justas, repetidas una y otra vez, acaban por convencer.
Quizá por ello los temas, con el paso de los minutos, acaban por alcanzar cierta previsibilidad en el directo. El desafío de su música es mucho mayor en disco que en vivo, en el que todo el efectismo que despliegan se hace demasiado evidente y el shock de la sorpresa inicial se va desvaneciendo con el paso de los minutos. Además, el estar en butacas no ayudaba a cierto amodorramiento de parte del público. Es por eso que una gran parte de los asistentes se puso de pie y se acercó al escenario, olvidándose de la platea.
No es raro: era un teatro, y había algo de teatral en todo lo que asistimos. Por eso el show se balanceó hacia los dos extremos. Lo catárquico de las furibundas descargas eléctricas, y el simulacro de esa intensidad, de esos mensajes divinizados. Se extrañaron pasajes de belleza pura como en la etapa de Jarboe pero, como quedó claro en la entrevista de este mismo sitio, mejor no preguntar por ello.
Un ejemplo del cierto agotamiento en el público, se demostró con la reactivación de este al llegar el último tema, el que da nombre a la gira, ‘The Glowing Man’. Con un sonido más cercano al rock clásico, casi se podía interpretar en clave de un ‘L.A. Woman’ de The Doors salvaje. Pero no dejaba de ser ese rock ‘n’ roll clásico, heredero del blues, por muy disfrazado de intensidad que se vistiese. Justo ese momento en el que los ritmos más pesados, más mastodónticos se relajaban, fue el que consiguió volver a alterar al público y reconectar con lo que pasaba en el escenario.
Es difícil no salir satisfecho de una noche como la de ayer. Enfrentarse a una banda con el bagaje de mito que sostiene Swans, con una retahíla de discos en esta década de difícil discusión, con un show a la altura de esos álbumes y en un ambiente en el que (casi) nadie molestaba. Una noche para ser amables entre la catarsis y el simulacro.
Fotos: Javiera T.