“Es bueno estar de vuelta” es la frase que le da el vamos al debut de Ride en Chile. Para Mark Gardener y sus amigos, es bueno regresar al ruedo. Volver a lo que llevan haciendo tres décadas, pararse en una tarima en un punto insignificante del mundo, desplegar armonías que no sólo remontan a toda una escena, también a un par de generaciones que transformaron la ilusión en canciones bajo el rotulado Ride.
Para una, es bueno regresar a esas mismas piezas que tantos viajes en metro han musicalizado, que en esta víspera de feriado cobraron vida con la experiencia de sonar en vivo. Y vaya que sonaron.
‘Future Love’ para comenzar el paseo. El primer estreno de su venidero disco, el sexto de esta historia oriunda de Oxford, como gancho perfecto para acoplar a quienes quisieron disfrutar de la frescura de Wild Nothing con aquellos que, por fin, serían testigos de la esencial y lo esencial de los angulares del shoegaze.
Corredero directo a la historia musical con ‘Lannoy Point’ y ‘Seagull’, la demostración de la excelencia que presenta Ride. Porque no sólo tuvimos el placer de escuchar la vigencia de la agrupación en pasajes de su más reciente disco, Weather Diaries; también vivimos la majestuosidad de entender un sonido, abrazarlo, y extenderlo infinitamente. Podría ser 2050, y si un milagro mantuviera con vida a Bell y compañía, ‘Twisterella’ seguiría causando el mismo efecto, la misma euforia interna prisionera de las guitarras del vocalista o la cadencia de Loz Colbert.
En pleno aniversario de década de Club Fauna, Ride debutó con una lección clara: el tiempo puede estar a tu favor. Que cumplir 10 o 30 años no es más que un cúmulo de experiencias, que traducen mejor que nada la inmensidad del tiempo y la obligación que éste nos impone para fracasar una y otra vez, hasta hacernos expertos.
Expertos que ya aplauden tres décadas de un disco clave del último tramo de la historia musical, que se dan el lujo de dedicar ‘Chrome Waves’ a Gustavo Cerati, que suenan a un volumen ridículo sin perder, en ningún momento, las capas y texturas de sus canciones. Los mismos que elevan ‘Vapour Trail’ en un Teatro Teletón que solemnemente se hace cómplice de lo que significa todo este trayecto de primera liga, de súper banda, de conciertos que necesitábamos e himnos que vamos a atesorar entre recuerdos de oídos resentidos e imágenes de experticia musical envidiable.
Vaya manera de reconocerse y amplificarse. Sonido pulcro y un entendimiento de sus piezas que da la libertad de tocarlas tan de memoria como tan de sentidas. Es bueno estar de vuelta a bandas que huelen a para siempre, esas que se desmarcan del efecto de moda, de la camada de guitarras que se mueve en bloque, de estructuras demasiado inspiradas en el del lado.
Siempre es bueno regresar a los himnos que te forman o te revientan el oído, a aquellas canciones que demuestran que pueden pasar otras tres décadas más y que el placer de estar de vuelta siempre va a existir. El pasado es brillante cuando lo usas a tu favor; este paseo no pudo estar mejor.
*Fotos: Claudia Jaime