Bajo ese rótulo bautizaron el tramo latinoamericano en la gira que armaron dos de las bandas más importantes durante los años noventa, Bush y los reformulados Stone Temple Pilots. La nostalgia fue el motor principal de una jornada cargada de emoción, morbo y una que otra anécdota cortesía de la idiosincrasia nacional.
El primer bocado de la noche estuvo a cargo de los ingleses Bush, que regresaban al país luego de veinte años, esta vez a presentar su más reciente disco: Black and White Rainbows (2017). La segunda visita de la banda se sintió como si fuera la primera vez, tanto por la lejanía del debut (en el Santiago Rock Festival del ’97, junto a David Bowie en su última presentación en el país), como por la energía que desplegó Gavin Rossdale en cada canción del set.
‘Machinehead’ fue el primer golpe por parte de los ingleses, aunque con el sonido un tanto saturado pero con los fanáticos saltando a rabiar. Conforme avanzaron las canciones, la amplificación quedó completamente ecualizada, realzando de manera potente ‘Greedy Fly’. Uno de los puntos altos del set estuvo a cargo del clásico ‘Everything Zen’, hasta con crowdsurfing incluido, pero una vez finalizada la canción, Rossdale le paró los carros a un fanático que lo estuvo molestando un par de minutos. En un perfecto español, el vocalista lo invitó gentilmente a abandonar el lugar, acto seguido el acéfalo arrancó por toda platea alta ganándose el repudio del público y uno que otro cariñito. Ovación cerrada.
‘Swallowed’ fue cantada a todo pulmón, con una banda que se sintió cómoda y agradecida en todo momento, contagiando alegría y buena onda a los presentes. Y así se vivió en ‘Little Things’, canción en la que Rossdale abandonó el escenario para subir y recorrer toda la platea, recibiendo la total muestra de cariño de los fanáticos. La clásica ‘Glycerine’ iluminada por los celulares en el teatro marcó la emoción dentro del público, para dejar caer la cortina junto a ‘Comedown’ cerrando así un correctísimo show por parte de Bush, evocando la nostalgia noventera pero sin caer en lugares comunes.
Luego llegaría el turno de Stone Temple Pilots, en su tercera visita al país, pero esta vez marcada por las muertes de Scott Weiland en el 2015 y Chester Bennington durante el 2017. La responsabilidad de levantar la voz en los californianos cayó en Jeff Gutt, de impresionante parecido físico y similar registro vocal al de Weiland. A momentos se vivió una suerte de valle inquietante en la performance del vocalista, con movimientos que evocaban el legado del vocalista original.
De todas maneras los estadounidenses dieron rienda suelta a todos los éxitos que cosecharon durante su época de oro: ‘Wicked Garden’, ‘Crackerman’, ‘Vasoline’, ‘Big Bang Baby’, ‘Creep’ fueron algunos de los temas que transformaron en un gran karaoke el recinto de San Diego. Los hermanos DeLeo demostraron profesionalismo puro en la materia que los compete, al igual que Eric Kretz en la batería, mientras que Gutt también le ponía de su cosecha, sobre todo durante ‘Roll Me Under’, cuando se bajó del escenario y dio una vuelta por toda la cancha, recibiendo el cariño de los fanáticos.
La potentísima ‘Trippin’ on a Hole in a Paper’ y ‘Sex Type Thing’ le dieron el punto final a una presentación que jugó desde el primer minuto a la segura, solo clásicos y nada más. Lo de Stone Temple Pilots, por el momento, va más en la línea del tributo, si bien el legado de Weiland siempre estará presente, su sombra opacará a quien se encuentre tras el micrófono. A Gutt todavía le falta encontrar su propio camino, tal como lo hizo William DuVall en Alice in Chains, pero esos pequeños grandes detalles finalmente pasan a un segundo plano cuando lo que realmente quieres es revivir tus mejores años de juventud.