“Es algo que nos ayudó a crecer (…) Él cambió mucho nuestro sonido, y todos los demás cambiamos también. Eso es mantenernos frescos. Es muy positivo para nosotros, porque como artistas siempre queremos evolucionar y Josh realmente nos ayudó a lograrlo”.
Chad Smith, sobre la llegada de Josh Klinghoffer a los Red Hot Chili Peppers, agosto del 2011
Toda banda grande se ve frente a esa decisión. En ocasiones, más de una vez durante su carrera. Todo grupo que se ha vuelto icónico tiene guiños sonoros que le son característicos, una zona de comodidad donde han comprobado de facto lo buenos o efectivos que pueden ser. Y llega un minuto en que -sea por voluntad propia, sea por las circunstancias- tienen que escoger: seguir la ruta conocida o apostar por la evolución.
Éste es una dilema que no le era ajeno a los Red Hot Chili Peppers. Ya habían estado ahí en el ‘92, aquella extraña época en que cuatro guitarristas distintos desfilaron por su formación en menos de dos años. Ahora, la segunda partida de John Frusciante le dio a los miembros fundadores (Flea y Anthony Kiedis) la oportunidad de reflexionar sobre qué es lo que querían hacer. Y, de la mano de los estudios de teoría musical del primero en la Universidad de California del Sur y de la “llegada” de Josh Klinghoffer (que venía tocando con los Peppers desde la gira de “Stadium Arcadium”) como cuarto integrante, optaron por el cambio.
El resultado fue prolífico. Sesiones de grabación en que se compusieron más de 60 canciones, suficientes para un disco doble que finalmente optaron por no sacar. En vez de eso, y con Rick Rubin en la producción, buscaron mostrar una imagen mucho más depurada, pero no por ello menos variada, de lo que ellos mismos son hoy día. Los catorce temas que componen “I’m With You” no corresponden a imaginarios ficticios: son pequeñas instantáneas del presente y sus diversas aristas que se pasean por ritmos, humores y estilos con la facilidad propia de los que saben.
Ahí está la influencia africana de haber trabajado con Damon Albarn (en el caso de Flea y Klinghoffer) que muestran ‘Ethiopia’ y la menos obvia ‘Did I Let You Know’. Ahí está el homenaje al amigo que falleció el mismo día que empezaron a preparar este último álbum, en ‘Brendan’s Death Song’. Ahí está ‘Monarchy of Roses’, una fusión extraña y oscura entre pop y funk que abre esta placa mostrando que no se está frente a cualquier cosa. O ‘Even You Brutus?’, completamente ajeno a los demás tracks por haber sido compuesto y grabado después de haber terminado las sesiones del disco, en base a una línea de piano de ese genio del bajo que ahora tiene aun más sabiduría musical a su disposición.
Y ahí está ‘The Adventures of Rain Dance Maggie’, que suena a los Red Hot Chili Peppers, pero no. Probablemente la línea de bajo más simple que jamás haya tenido un single de los californianos. Pero, al repasarla, la repetición trae consigo una certeza. Este álbum no es uno más en la lista, y no se saca nada con compararlo con sus predecesores. Es la carta de presentación de un nuevo grupo. Uno que no es el mismo de hace unos años ni suena como tal, pero que tiene lo más importante: un espíritu vivo y despierto, ansioso por seguir haciendo música hasta quién sabe cuándo.