En primera instancia, es difícil decir algo malo sobre la música que DJ Raff hace sobre el escenario. Acompañado por Danilo Donoso en las percusiones y Marcelo Bravo en teclados, Rafael Pérez nos trajo un espectáculo lleno de ritmos afro, latinos, andinos y mucha música electrónica en un tempo sosegado, pero muy bailable, de la manera en como, tal vez, sólo él es capaz de hacerlo.
Es cierto que, a lo largo de todos estos años, más de ochenta álbumes han podido contar con su nombre en los créditos, contando con nombres como Jorge González, Tiro de Gracia, Los Tetas, Chancho en Piedra, Electrodomésticos, La Pozze Latina, Makiza, Gepe, Andrés Nusser, Fakuta, entre muchos otros. Dado esto, su evolución musical lo ha llevado a buscar sonidos nuevos en variados estilos, pero el resultado que vimos en el escenario de Aldea Verde en Lollapalooza Chile 2019 fue el momento y el lugar exacto en donde Raff pudo por fin brillar con luces propias, haciendo bailar a las cerca de cien personas que visitaban el lugar.
Tras poco más de una hora de show, y luego de ejecutar los arreglos correspondientes en el escenario, tuvo lugar la presentación de Nicola Cruz, productor ecuatoriano que se ha caracterizado por explorar distintos aspectos de la música e identidad latinoamericana en sus canciones, mezclando todos estos factores con beats de música electrónica que, en esta ocasión, hicieron bailar a las poco más de 150 personas que, igual que con DJ Raff, también visitaban el lugar.
Y es que el problema fue justamente ese: buena parte del público no fue a ver a los dos artistas antes mencionados, sino que sólo fueron a visitarlos por breves momentos.
Quiero pensar que fue porque, cuando Cruz estaba en el escenario, también estaban tocando los chicos de Greta Van Fleet en uno de los stages principales. O que quizás el público no conocía a alguno de estos dos productores -de hecho, escuché a varios que andaban preguntando quiénes eran estos tipos-. Posiblemente fue el hecho casi irrefutable de que cuesta hacer bailar a la gente un día viernes por la tarde después del trabajo, o que ayer era el Día del Joven Combatiente, o la ubicación -tal vez demasiado apartada- del lugar en donde estaban tocando. No lo sé, y de verdad me gustaría saber, pero algo pasó en el ánimo del público general, que al final todo terminó por decantar en un recambio constante de gente desde Aldea Verde hacia otros lugares del Parque O’Higgins y en un ánimo casi inexistente por parte de un pequeño grupo de bailarines, al momento de moverse al ritmo de las canciones que estos dos artistas estaban pinchando en ese instante (en serio, no más de cien personas, y menos de un tercio bailando “activamente”).
¿Es esta otra señal de que la electrónica hecha en Latinoamérica -más allá del EDM- es sólo un “agregado necesario” en este tipo de festivales? Lo hemos visto incontables veces, y muy probablemente esta sea una instancia más dentro de aquella larga lista, pero con todo el talento demostrado el día de ayer en Lollapalooza Chile, creo que ya llegó la hora de que nos empecemos a tomar las cosas un poco más en serio. Es nuestro deber comenzar a respetar a los artistas detrás de estas canciones. Y entender de una vez por todas que la música electrónica no es un complemento para poner en el VIP o al lado de una feria de emprendimientos para amenizar, sino que también tiene que ser comprendida y considerada como un género más dentro del amplio espectro musical.
*Portada: Nicole Ibarra