El jueves siempre tiene ese airecito a diversión, la antesala del esperado fin de semana crece cuando sabes que en horas verás un montón de artistas que te gustan. Primavera Sound Santiago surfeó una ajetreada primera noche en sus actividades satélites tituladas Primavera en la ciudad y el jueves tuvo gusto de revancha para bastantes.
Estaba todo pasando en simultáneo. Club Amanda, Teatro Coliseo, Blondie y Sala Metrónomo acogieron a quienes repletarán Parque Bicentenario Cerrillos este fin de semana y fue este último salón el que se encargó del rock en lo amplio de su existencia. Con una apertura de puertas compleja para el horario laboral, MKRNI dio el vamos en el recinto de Bellavista, que rápidamente empezó a transformar sus conciertos en una especie de reunión familiar ampliada; un escenario que se sintió como una larga mesa de encuentro, por donde pasó una exquisita fusión de edades, intereses musicales, reflexiones y, por supuesto, canciones. Una mesa latinoamericana que albergó todas esas velocidades que le dan ritmo y forma a la vida. Paseitos en velocidad crucero, introspecciones en loops oscuros, rabia que corre más rápido que la cabeza.
Lo de Niña Lobo fue una perfecta entrada, una porción justa que te deja pensando en la próxima vez: necesidades cubiertas pero con la ansiedad de repetir la experiencia. En su primer concierto fuera de Uruguay, las artistas no escatimaron en bromas para hacerle frente a varias fallas técnicas. Entre acoples y cambios de setlist a pedido del público, la banda desplegó una mezcla cítrica y dulce de la juventud en avanzada, esa de dolores que se empiezan a desenredar pero que van sumando complejidades nuevas.
Es un placer verlas sobre el escenario porque lo pasan bien. Los nervios se transforman en risas, las canciones sólo suben en potencia cuando comparten miradas sobre lo que están viviendo, y el concierto pasa de un tímido intercambio a tener a una masa aullando como lobo en honor a su nombre. Qué bien le sale el indie a la gente que vive cerca del Atlántico. Una brisa que siempre se siente fresca aunque sea todos los días igual. Las canciones que presenta Niña Lobo son de ensueño, esas bandas que te abrazan el corazón y te hacen suspirar aunque la guitarra esté acoplando. Los problemas técnicos no parecieron amargar su primer paso por Chile y vamos a quedarnos con sus sonrisas como principal postal.
¿Qué banda contemporánea chilena logra encapsular el dulce y amargo de crecer como lo logran hacer los Niños del Cerro? Si cuando aparecieron en el radar encantaron por la cotidianeidad de una juventud que no estaba siendo registrada en formato canción, hoy el encanto se extiende a la reflexión sonora que han logrado amasar.
Se sienten como una Suave Pendiente, título de su última placa. La euforia veinteañera va en retirada en físico, pero la combustión que alberga el corazón parece no apagarse. Eso pasa cuando la juventud te enseña de buenas y malas, cuando ir creciendo se siente pantanoso, denso, robusto. Cuando la pendiente es más empinada, el descenso es más placentero. Es viento en la cara a alta velocidad, es confianza de saber cómo luce el valle porque ahí se estuvo antes de emprender la subida.
Niños del Cerro conserva la pasión juvenil pero le agrega los aprendizajes y dolores de las primeras adulteces. Lo de ayer en Metrónomo, y seguramente lo que seguirá pasando en sus próximas fechas, es la mera confirmación de que son más que un, dos, tres discos buenos. Son una agrupación que transita tranquila hacia la experticia, tomando todo lo que se muere en el difícil camino de madurar para transformarlo en ganancia, aprendizaje.
Para coronar la noche con el duradero sinónimo de experiencia estuvo Familea Miranda con un concierto compacto, de esos que se logran cuando has pasado décadas tocando con los tuyos. Un repaso álgido por su historia, que logró exponer toda la esencia: esa estampa punk, una rabia elegante que puede funcionar en pasajes más melódicos como en coros altísimos.
Nos gustan las bandas que suenan fuerte y el trío se dio el lujito de sonar más que bien en una sala donde eso parece una misión difícil de alcanzar. Rigurosos en su ejecución, poderosos en escena. En esto pensamos cuando anhelamos la experiencia que deja el paso del tiempo, cuando hablamos de recolectar los caminos más arduos del vivir y encauzarlos en algo. En rabia, en resentimiento por lo inaudito, en velocidad como mecanismo de defensa y supervivencia. En ruido como forma de no olvidar lo que se vive, se siente y se piensa. En una velocidad alcanzable sólo cuando llevas años corriendo.