Este jueves 2 de junio se realizó la primera jornada del festival Primavera Sound 2016, catalogado por medios, público y artistas de diversos países como uno de los mejores -si no el mejor- del mundo. Mientras algunas redacciones de más de 130 países llegaron a cubrir este certamen de amplia envergadura, POTQ arribó a Barcelona con su mochilita llena de sueños y botellas de agua.
Apenas entré al Parc del Fòrum, me dirigí al escenario Pitchfork que, sin ser uno de los principales en tamaño, año tras año asegura más su posición como uno de los mejores programados. Siempre tiene lo más destacado de la temporada actual o la anterior y esta versión siguió la misma línea. En él presencié actos como Vince Staples, Neon Indian y Empress Of, este último, el proyecto solitario de Lorely Rodríguez, estadounidense de ascendencia hondureña.
La compositora que comenzó allá por el 2011 mostrando su música en Youtube sin revelar su identidad, hizo de ese atardecer algo perfecto. Lorely es energética y encantadora. Es la dueña de sus hits y de una voz privilegiada que se mantenía protagonista pese a todo el baile desplegado en el escenario, llenándolo, aunque sólo se tratase de un formato trío: Rodríguez en la voz y las secuencias, un percusionista y un baterista. No fue necesario nada más que eso y su traje, que parecía hecho de colas de sirena.
Inmediatamente, corrí hasta el lejano lugar que tradicionalmente se conoce como Mordor , exactamente, al escenario H&M, para ver la presentación de Air, dúo francés que visitará Chile durante el segundo semestre. AIR, que significa Amour (Amor), Imagination (Imaginación), Rêve (Sueño), cargó su intervención de esto último. A ratos, un show soporífero, canciones que funcionaban como música de fondo y con contadas ocasiones en las que el público se pudo realmente conectar con la banda. Un momento clave para hacerlo -pensando en que es un festival y no una fecha en solitario- era ‘Playground Love’. Tras los primeros acordes el público enganchó, pero esto sólo duró hasta darse cuenta que se trataba de una versión instrumental. Algo que llevan haciendo unas buenas temporadas, por lo demás. Es quizás uno de los mejores ejemplos, por cierto no el único, de que ser una banda bien considerada y tremendamente influyente no es sinónimo de buen fichaje para un escenario como este.
Volví al escenario Pitchfork para disfrutar de una de las propuestas de rap más frescas del último tiempo. Cómo no hacerlo, si casi la totalidad de los festivales locales tienen esa gran deuda: no incluyen exponentes del género. Había que aprovechar. Vince Staples, oh, Vince Staples. El rapero californiano cuenta solo con un disco lanzado en el 2015 -Summertime 06- y fue suficiente para tener al público en la palma de su mano, con un show sobrio desde el aparataje escénico (sólo lo acompañó un excelente dj) hasta su manera de vestir: camiseta blanca y pantalones negros. El músico de 22 años es quizás el fiel reflejo de su disco: se deshace del deber ser del rapero y desde esa perspectiva resulta muy fresco acercarse de vez en cuando a ciertos temas. Nos pedía que gritáramos con él “fuck the police!” y que levantáramos las manos. En ningún momento me sentí como una extra del primer capítulo de la segunda temporada de Empire. Fuimos todos reales, no caricaturas.
Cuando cayó la noche llegaba el momento de acercarse al escenario Primavera para ver a John Carpenter, uno de los números que aunque fuera por curiosidad era casi imprescindible ver. El director de cine y músico presentó un repertorio compuesto por canciones de su último disco y piezas de bandas sonoras de sus películas ¡proyectándolas de fondo! Además, se dio el lujo de reversionar el tema principal de The Thing, compuesta por Ennio Morricone. “Drive carefully, Christine is out there”, decía para introducir la canción de la cinta basada en la novela de Stephen King y el público se entregaba a los sonidos electrónicos mezclados a ratos con heavy metal ochentero. Era imposible no disfrutar de este concierto con John Carpenter, además, burlándose de sí mismo, masticando chicle, y tocando el teclado con una mano en el bolsillo. Porque puede.
Uno de los platos fuertes de la noche fue LCD Soundsystem, por supuesto. Primavera Sound es uno de los escenarios en los que durante el verano del hemisferio norte la banda celebrará su vuelta, después de sólo cinco años de silencio. Eso sí, ya habían comenzado el martes de esa misma semana, dando un concierto en la sala BARTS, de manera gratuita para todos quienes tuvieran ya su abono para el festival (no existe el concepto de sideshow pagado).
Este fue, sin dudas, uno de los mejores shows de todo el Primavera Sound. Un arsenal de hits que fueron disparados uno tras otro demostró que James Murphy y compañía nunca han estado fuera de forma. Fue un concierto en el que no se notó el hiato dentro de su carrera y que sólo sufrió de un problema (que también se notó en otros conciertos dentro del mismo escenario): el sonido podría haber sido impecable sólo si hubiese tenido más potencia. Recordemos que este es el espacio más grande, un stage que puede albergar fácilmente a más de quince mil personas. Probablemente, las primeras filas fueron envueltas por la amplificación pero a poco andar hacia atrás, esto ya se perdía. Sin esas canciones tan pegajosas, neo clásicos a estas alturas, difícilmente su hubiese logrado una conexión con el grupo. Felizmente, resultó. Reí, lloré, bailé, viví. Como todas las miles de personas que estaban ahí, impactadas con este final épico.
Desde este momento, tomé la decisión de dedicarme a bailar y luego revisar el mapa para intentar volver a la casa a reponer fuerzas para la próxima jornada. Aprendí, además, a evitar subir de madrugada al tranvía repleto de ingleses borrachos. Soy bajita.