El título del tercer disco de Prehistöricos está muy bien puesto. En primer lugar, ese sentido es el que marca el ritmo de todas las canciones. Todo es lento, cada capa de instrumentos aparece y se desvanece con tranquilidad, a excepción de intervenciones como la percusión de ‘Túnel Secreto’ o la guitarra de ‘Sueño Lúcido’, que apuran un poco relato y sirven para despertar un poco del letargo que varias veces aparece, dentro de la escucha.
Ha pasado el tiempo, el dúo dejó de serlo con la salida poco amable de Jessica Romo. El proyecto sigue en manos de Tomás Preuss y comparte esta vez créditos con Valentina Rojas. Es quizás el mejor trabajo del músico en términos de producción, pero la sensación que queda luego de internarse en esta selva valdiviana de sonidos, es que funciona más como un ejercicio de producción, más que con lo sangrante e íntimo que sí componía la totalidad de La Orquesta Oculta, el debut de Prehistöricos, por ejemplo.
Eso sí, hay pequeñas fotografías de que algo de eso queda. Por ejemplo, ‘Nadar y Desaparecer’, el tema que abre el disco. Ahí existe sangre, proximidad. Está esa cuerda invisible de “a mi también me pasó/yo también he sentido esto”, que se hace a ratos más fuerte con las intervenciones de Valentina, pero que lamentablemente, se corta de cuajo en otras canciones. Hubiese sido interesante ver más de ella en el disco. En ‘Zumbido de la montaña’ el ejercicio de producción se luce y nos recuerda que antes de Prehistöricos estuvo Caramelitus y que Preuss es capaz, orgánicamente, de hacer música para ver nevar aún cuando en su ciudad ese fenómeno es raro.
No es extraño que la balanza de la excelencia se cargue hacia la producción y composición sonora, mientras en el otro extremo aparecen las letras. Aquel tratamiento básico destapa una realidad que no muchos están dispuestos a reconocer: que levante la mano quien, estando enamorado o desolado, sintiendo tanto, ¿no ha sido ridículo al intentar depositarlo en palabras? Bien por la honestidad y porque en minutos en los que piensas que te estás aburriendo en medio de pasajes un tanto planos, aparece una frase tan manoseada que dilata la pupila y despiertas.
Este es un disco que demuestra que Tomás Preuss es un buen productor de sí mismo. Si uno revisa trabajos de otras bandas en los que ha realizado la misma labor, esto queda aún más claro porque los hace sonar a él, por ejemplo, en el EP de Paracaidistas. Su cabeza habla fuerte y qué mejor que lo haga con su propia música que con la del resto. Eso sí, La Velocidad de las Plantas se planta como un ejercicio de estilo que hasta ahí llega. No alcanza a cerrar, aburre a ratos, pero entrega buenos momentos. Igual que esa relación que terminaste hace algunos meses.