Hoy en día es un ejercicio fácil catalogar a Los Tres con el mote de “banda clásica y unánime” dentro del rock nacional. Claro, un sinnúmero de canciones grabadas de forma indeleble en la memoria colectiva los tildan como uno de los grandes nombres que ha dado nuestro país. Como toda agrupación importante, su paso a la inmortalidad tiene sustento en discos redondos y exitosos, y –por supuesto- una obra maestra: “Fome”, su cuarta placa de estudio.
Con la distancia que dan los años, no es tan simple describir la efervescencia que habían despertado Los Tres con su tercera placa de estudio, “La Espada & La Pared” (Columbia, 1995), ni tampoco el acabose comercial que significó la edición –un año más tarde- del show Unplugged realizado para MTV, el primero en su formato para una banda chilena, logro que igualó La Ley seis años más tarde. Pero no es escandaloso ni exhacerbado argumentar que entre 1995 y principios de 1997, todo lo que rodeaba a la agrupación era una especie de “Beatlemania” versión chilensis.
Singles que sonaban en todo lo ancho del dial, ventas por las nubes y shows en recintos copados formaban el telón de fondo para un momento fecundo de nuestra música, pues en aquellos años no sólo saboreábamos la consagración del cuarteto penquista, sino que también el nacimiento de nombres que más tarde darían que hablar (Lucybell, Javiera & Los Imposibles, Chancho En Piedra), aunque los dueños incontestables de la fiesta eran Los Tres, por eso no era de extrañar que su venidero elepé se colmara de expectativas.
El primer adelanto de lo que sería “Fome” comenzó a sonar en las radios: ‘Bolsa De Mareo’ era una canción asfixiante y tensa en partes iguales, coronada por riffs asesinos de Ángel Parra y una batería implacable de Pancho Molina, en lo que era el single más agresivo de la banda desde ‘No Sabes Qué Desperdicio Tengo En El Alma’ (de “Se Remata El Siglo”, 1993). El resto de la placa no difería en demasía de esas características, pero el énfasis se daba o en la música o las letras.
Atenazado entre dos instrumentales (‘Claus’ y ‘Largo’), “Fome” es una bitácora en la que deambulan traiciones, abandonos, peleas, confusiones, tristeza y mucho dolor, sentimientos que son abordados por un Henríquez que endilga experiencias personales en la placa, usando en momentos su acostumbrado lenguaje rico en ironías y dobles lecturas (‘Jarabe Para La Tos’, ‘La Torre De Babel’), diciendo las cosas por donde no son y dejando que las interpretaciones corran por cuenta del oyente, donde hay que descubrir un desagradable período autoflagelante (la frase “Ahora soy un lastre de profesión, duermo en un catre sin protección” de ‘Antes’ es un fiel reflejo) y el traspaso de culpa (“Antes yo era tu hijo, ahora tú eres mi padre”, expresión que no habla de algo filial, sino que es un diagnóstico certero de una relación de dominación y sumisión) provocado por un rompimiento.
Por otra parte, también hay fisuras donde podemos ver la vulnerabilidad del cantante y atisbar sin esfuerzo las consecuencias una vida en pareja que llega a su fin, con un saldo desolador (‘Toco Fondo’) y el consiguiente desconcierto de no saber qué hacer más adelante (‘Fealdad’), nos permite también apreciar a un Henríquez devenido en un libro abierto. A pesar de compartir créditos en muchas de las canciones con Titae Lindl, es la impronta del cantante la que se lee en las líneas.
La música que se escucha en “Fome” va de la mano, en una lazo indisoluble, con las palabras, y habla de la herencia musical de rock & roll, jazz y blues que los cuatro componentes del grupo supieron conjugar en sus años juntos. ‘Claus’ parece extraída de una película sobre James Bond y es una magistral introducción. Ángel Parra se luce con su guitarra slide en ‘Olor A Gas’ y ‘Libreta’, donde deja a los demás al borde del caos, cuando la canción termina abruptamente. Pancho Molina maneja los hilos en la acelerada y rabiosa ‘Antes’, y Titae Lindl es el soporte con su contrabajo en ‘La Torre De Babel’, cuyo delicioso jugueteo con el skiffle fue determinante para su éxito como sencillo.
‘Me Arrendé’ y ‘Pancho’ son dos muestras de que la genialidad puede lograrse sin muchos recursos, pero usándolos con pericia. La primera se ha convertido con los años en un himno de Los Tres, cantada en solitario por Henríquez y cuya melodía triste entra en confrontación con la tibia esperanza que entrega su letra. La segunda, una desgarrada historia en formato acústico que es inevitable emparentar con ‘Blackbird’, de The Beatles. Una de las joyas ocultas del catálogo de los penquistas.
“Fome” –lanzado hace 14 años, en julio de 1997- fue un punto de quiebre en todo sentido. Es considerado en partes iguales como la máxima expresión del cuarteto, pero también ha sido señalado como el primer indicio de su fin, que llegaría tres años después. Sin embargo, pasar por alto el nivel compositivo, musical y emocional que alberga y desprende este álbum, sería falsear la historia en forma descarada.