Con 17 canciones en el repertorio, y en calidad de headliner, una podría esperar una bomba en la cara. La verdad es que la sigo esperando. Aún cuando los códigos del trap son bastante horizontales a nivel mundial, pareciera que la nata del asunto, esa primera capa visible, la que logra diferenciarse del resto de la leche, no deja de ser eso: la simple nata que quieres sacar rápido, sea por asco, sea por incomodidad.
Voz hay, hits también, lo que no hubo fue esa fuerza que lo disparó a ser uno de los músicos más respetados de género, porque la falta de carisma, desplante, personalidad y originalidad, logró quedarse con el protagonismo. Con un repaso primordial por sus más de diez éxitos en los charts de Billboard, Post Malone sobrevivió gracias a un montón de clichés demasiado manoseados para alguien tan joven: el abuso de pistas con su voz grabada previamente, la pomada de que somos el mejor público del mundo, y hasta una guitarra rota mientras sonaba ‘Rockstar’, como si no hubiésemos tenido demasiados douchebags durante los ochentas.
En internet se suele hablar de él como tal, como un douche, pero no deja de ser sorprendente cómo esa supuesta actitud puede permear en tu música, que está lejos de ser desagradable. Canciones agradables en manos de un tipo demasiado superado, que cuando el discurso de famoso y codeína se le acaba, queda a la deriva como un músico y hombre de la entretención de carácter enclenque. Una burla para lo que vimos anoche, con Kendrick Lamar. Incluso una burla para los pasados headliners que han construido un camino para géneros tan llenos de prejuicios que Post Malone sólo vino a potenciar. El rey del cliché, supongo que todas las generaciones tienen uno.