En el Teatro Municipal, como en tantos otros teatros, antes de los estrenos de ballet, ópera u conciertos de la orquesta, se hace un Ensayo General. Esta es la misma representación que verá el público en las siguientes fechas, con asistentes invitados o que hayan comprado una entrada más barata. Si durante el Ensayo general hay algún error, el público lo entiende y acepta de mejor gana que si fuera durante las representaciones regulares. En general no se distingue mucho, pero siempre existe esa bala de fogueo por si acaso.
El primer concierto de una gira mundial guarda riesgos tanto para los artistas como para el público. Por ejemplo, puede que la maquinaria del show no esté suficientemente engrasada y que queden cosas por mejorar y pulir. De cierta forma, ayer fue el Ensayo General del Super Tour, pero con un truco. En julio pasado, Pet Shop Boys hizo una residencia de cuatro días en el Royal Opera House de Londres, denominada Inner Sanctum. Fue el mismo repertorio que se vio en Santiago esta vez y la misma puesta en escena.
Super, su último disco, era la excusa para llegar por quinta vez a Chile. Precisamente, partieron con ‘Inner Sanctum’, contenedora de un crescendo perfecto y de la ausencia de voces, una pieza exacta para ser la intro de un show bailable, sudoroso y que quiere recordar a las noches en Berghain, ese club berlinés que sirve de inspiración para este rejuvenecido y excelente nuevo trabajo.
Una pantalla central (no habían laterales que mostraran lo que ocurría en el escenario, lamentablemente, sobre todo en ese lugar) y un deslumbrante juego de luces, todo a cargo de Esmeralda o Es Devlin. Un gran trabajo, sobre todo en los momentos en los que las simples luces creaban efectos tridimensionales sin necesidad de molestas gafas. Su diseño de iluminación me mantuvo así durante todo el show y estoy segura que a muchos más también.
Como era de esperar, el peso de su último disco fue el principal, con seis temas. Quizá un poco excesivo en una carrera tan robusta e inagotable, tal como en otras vertientes figuran nombres como R.E.M., The Smiths, o los mismos Stones o Beatles. Pongan el Discography frente a un recopilatorio de cualquiera de estos grupos y el resultado será un empate, como mínimo.
Como en todos los conciertos de Pet Shop Boys hay una narrativa muy marcada durante el mismo. No se trata de acumular canciones o ponerlas estratégicamente, sino de conseguir contar una historia al completo. En este caso no fue menos. El show se dividió en cuatro actos: In The Night, Sun, Inside y Euphoric. Redondo. Quizás sólo entre el final de Inside con ‘The Dictator decides’ y el inicio de Euphoric con ‘Inside a Dream’ y ‘Winner’, existió una arritmia puntual. Hay canciones que podrían haber tenido la misma función pero que serían más acertadas. Dejar fuera ‘Rent’, ‘Being Boring’ o ‘Flamboyant’ es una decisión dolorosa porque cualquiera de estas, por ejemplo, y muchas otras, son superior a las tres elegidas a la hora de buscar el impacto emocional de la parte más serena del show.
A diferencia de otras giras como la aclamada Pandemonium, quizá la parte más emocional no golpea con la misma fuerza. La recordada y espectacular puesta en escena de aquella, más orgánica y tangible, o el truco usado a veces por Neil y Cris de resucitarnos a Dusty Springfield en ‘What I Have Done to Deserve This?’, funcionaban como expiaciones sentimentales certeras.
Pero al final, esto se queda como un mínimo detalle, porque en aquel acto -Inside- aparece ‘Home and Dry’, el momento más espectacular de todo el show. De pronto nuestras cabezas se cubrieron de luces y sobre ellas se dibujaban nubes, mientras la pantalla central simulaba el atardecer en una playa. La noche siguió con ‘The Enigma’ y luego ‘Vocal’, perteneciente a Electric. Este último tema fue uno de los más celebrados y no es extraño. La exaltación del baile, de la cultura rave, de la edad mental sobre la física, convirtieron Espacio Riesco en una macrodiscoteca ibicenca desde ese punto hasta el final. Y no resulta forzado ni antojadizo hacer referencia a la edad porque, el público asistente fue aquel que creció con los ingleses y parece complicado sumar nuevas generaciones de fans, aunque estemos ante música en un cien por ciento contemporánea. Cualquiera de los fanáticos de Ultra o Creamfields podría disfrutar de los Pet Shop Boys más festivos, tal como si estuvieran presenciando la visita de Martin Garrix o Afrojack. Al parecer, el ageism no perdona, pero ellos se lo pierden.
De ahí hasta el final, con los bises de ‘Domino Dancing’, ‘Always on my Mind’, y un pequeño outro con ‘The Pop Kids’ (otro clásico instantáneo ya en su carrera) todo fue fiesta.
Hay pocos peros para el concierto. Uno de ellos no depende del grupo y es el lugar elegido. ¿Cuándo se entenderá que Espacio Riesco no es un lugar para realizar este tipo de eventos? Puede cumplir con las necesidades de tamaño, pero sólo cumple con eso. En la primera parte del show la pérdida de sonido era desesperante. Caminando más cerca del escenario, tampoco mejoraba mucho. Las luces de algunos carteles luminosos de los patrocinios molestaban para poder apreciar el diseño de iluminación. El caos en las barras generaba colas inmensas que te sacaban del concierto una y otra vez.
Por otra parte, la voz de Neil no es la misma que antes. Poco a poco pasan los años y aunque sigue siendo un deleite poder escucharlo, porque esa voz es inmortal, se ven pequeños detalles sobre todo al intentar alcanzar algunos agudos. Eso sí, nada alarmante: su capacidad para evocar y emocionar sigue ahí, intacta.
Ver a Pet Shop Boys siempre va a ser una de las mejores noches musicales del año en que ocurra. No importa cuándo suceda, eso siempre será una verdad. Han decidido envejecer con nosotros. Y nosotros los acompañaremos mientras ellos quieran.