La sensación que se vivía en la medianía de la década de los ’90 obedecía, con bastante fidelidad, a las características de una fuerte resaca. En lo político y económico, el fin de la guerra fría no proveyó al mundo de respuestas satisfactorias, sino que los cuestionamientos siguieron huérfanos de ideas frescas, abandonados a todo tipo de escrutinios pero sin ningún atisbo de solución. Los enfrentamientos bélicos, ahora disponibles al mundo en vivo y en directo, incrementó nuestra insensibilidad frente a la tragedia. La globalización, a todas luces, no era la panacea prometida.
En el mundo de la música, la historia no era tan catastrófica, pero se estaba dentro de un período de transición colindante con la confusión. La vedette de los primeros años, el llamado grunge, olía a fecha de vencimiento; no por falta de bandas o su merma en calidad, sino que por la ausencia de su ícono y cara más visible. Kurt Cobain nos había dejado en abril de 1994, con un hastío altamente contagioso y que se propagó a toda velocidad. Al quedar sin monarca, el trono quedaba vacante, pero ¿quién osaría reclamar el relevo?.
Desde luego, la inmensa mayoría oopinaba que Pearl Jam era el único conjunto con armas para hacerle frente a la hegemonía de Nirvana, y naturalmente, no fueron pocos los ojos que concentraron sus coordenadas en el quinteto de Seattle, principalmente en Eddie Vedder, su vocalista. Sin embargo, buscar reemplazantes era inoportuno e infructuoso. Nirvana nunca se volvería a repetir, y eso era bien sabido. Además, en Pearl Jam (que nunca ambicionaron dicho lugar en el podio) habían otros asuntos en los que estaban abocados.
En esa época, Vedder y compañía ostentaban un prontuario no menor, con tres obras altamente calificadas y generosas en materia de ventas, anotándose un record: vender cerca de un millón de copias de Vs. (Epic, 1993), en su semana de lanzamiento; conciertos por todo el orbe, y una fama descomunal que la agrupación trató de contrarrestar desde el primer minuto. Además, está en pleno proceso el litigio con Ticketmaster, que les hizo suspender una serie de shows en USA durante la promoción de dicho álbum y también sopesar la separación, tras los conflictos que se originaron, mientras se realizaba la grabación de Vitalogy (Epic, 1994). El panorama no se avizoraba esperanzador. Pero llegó ayuda, y vaya de quién.
Neil Young entabló amistad y cultivó una relación con el quinteto desde 1992, cuando el canadiense y Vedder coincidieron en el concierto tributo a Bob Dylan. Tres años más tarde, con la caldera Ticketmaster aún caliente, el canadiense los invita a ser la banda soporte de él en la grabación de Mirrorball (Reprise, 1995). Como retribución, Pearl Jam editó Merkinball (Epic, 1995), un ep con dos canciones que nacieron en la misma sesión con Young. Si a eso le sumamos la participación de Jack Irons en la batería (reemplazando al increíble Dave Abbruzzese desde 1994), las relaciones dentro de la banda fueron mejorando y, por ende, el compromiso de seguir juntos se revitalizó.
Con esa nueva energía, y durante casi un año, en diversos puntos de Estados Unidos, grabaron lo que sería su cuarta placa, que supone un punto de quiebre en la carrera de Pearl Jam. Algunos pueden llamarlo madurez, pero a través de las trece canciones se percibe una genuina inquietud, una abierta búsqueda de nuevos horizontes por parte del quinteto, que sorprende desde el inicio.
Con ‘Sometimes’ se interrumpe la usanza de comenzar los discos con temas agresivos. Dueño de una parsimonia y recogimiento poco habituales, Vedder susurra sobre las calmadas capas de música, zambulléndose en su espiritualidad y haciendo de la instrospección una constante en la placa, que se fortalece aún más con dos joyas: ‘Off He Goes’ y ‘Around The Bend’. La primera es una sentida descripción de dos amigos, su relación a través de los años y la inevitable despedida, cuando ambos deben tomar caminos separados. Mucho se ha especulado de que en realidad es una canción autobiográfica de Eddie Vedder. La segunda, dedicada al hijo de Jack Irons, es una muy dulce tonada de cuna.
No Code también aloja la primigenia furia del quinteto, en cortes como ‘Habit’ o ‘Lukin’, esta última fruto de una anécdota basta incómoda para el vocalista. La canción relata un episodio en que una persona que no estaba claramente en sus cabales y que venía siguiendo al artista desde hace bastante tiempo, llegando incluso a poner en peligro la vida de Vedder y la de su en ese entonces esposa, Beth Liebling. Finalmente no hubieron hechos que lamentar.
En trece canciones, Pearl Jam experimentó un viraje en 360° en su carrera, algo que dejó boquiabiertos tanto a críticos como a fans, y que la maquinaria musical no dejó pasar inadvertida. “No Code” tuvo unas ventas bajísimas, fue incomprendido al momento de su lanzamiento y percibido como un alejamiento de las vertientes que tanto éxito y seguidores les brindó a la banda de Seattle. Quizás por eso, sea el álbum menos repasado en sus recitales. En su visita a Chile, en noviembre del 2005, sólo aparecieron ‘Hail Hail’, ‘In My Tree’ y ‘Lukin’.
La cuarta placa de Pearl Jam fue subvalorado por el mainstream, pero la calidad no siempre está asociada a lo que es conocido como “éxito”. “No Code” ha envejecido de una manera mucho más que digna, erigiéndose como el punto de inflexión que Eddie Vedder y compañía necesitaban. Sin esta obra, hubiera sido difícil imaginarse a la banda como tal el día de hoy.