Reseñas
Hace unos tres años y a razón de su disco “Daybreak”, una revista de rock definía a The Ganjas como “sicodelia con afinación stoner”. Probablemente, ni la primera ni la última vez en que se hizo tal asociación de ideas en relación a su sonido. Un estilo propio, un sello único, pero que jamás hubiera existido de no ser porque su guitarrista y vocalista, Sam Maquieira, fue uno de los miembros fundadores de otra agrupación.
Con la espalda cargada de expectativas ajenas, después del éxito de “Mellon Collie and the Infinite Sadness”, y el cansancio tras una gira de dos años, Billy Corgan se vio en la obligación de escribir la mejor obra de The Smashing Pumpkins. O intentarlo, al menos, aunque fuese siguiendo su propia lógica y esa metodología no resultara, como finalmente ocurrió. Porque “Adore” es, en retrospectiva, el principio del fin del grupo.
El look eternamente veinteañero de Brandon Boyd no es sólo un siempre efectivo gancho a la hora de hacer gritar a su vasto séquito de admiradoras. Es también un espejismo, una imagen que a veces nos hace olvidar cuánto tiempo lleva haciendo música.
Muchas cosas pasaron entre 1994 y 1998. El reconocimiento e impacto de “Protection” fueron prontamente supeditados a un género y a un lugar: Trip-hop y la escena de Bristol. Dos términos de los que Massive Attack renegaba de forma tajante, pero que -no obstante- se hicieron recurrentes tras la aparición del “Dummy” de Portishead y del “Maxinquaye” de Tricky.
Si la letra y música de “Siamese Dream” consistía en una catarsis sónica de Billy Corgan, “Mellon Collie and the Infinite Sadness” se corona como un desgarro en sí mismo. A pesar de ser esta una etiqueta, quizás, demasiado liviana para calificar al álbum, las 28 canciones que componen el disco se levantan en dimensiones independientes, siempre partiendo de esa base de amargura o descontento, plasmada en la diversidad de sonidos presentes en la obra.
En la antesala de su visita a Chile, continuamos la revisión de la discografía de Massive Attack con “Protection”, el segundo disco de los británicos. Un álbum que incluye colaboraciones de Tracey Thorn, Tricky, Horace Andy, Craig Armstrong y Nicolette.
Con “Siamese Dream” (Virgin, 1993), la carrera de The Smashing Pumpkins recibió un empuje que los dejó muy cerca de la consagración definitiva dentro de la masividad. Una obra impecable que les valió suculentas ventas en su natal norteamérica y giras cada vez más auspiciosas. Su contraparte residía en la pésima relación que existía entre los cuatro miembros de la agrupación, cuyas grietas y heridas se abrieron durante la grabación de aquel disco.
Hay muchos discos que, por distintos motivos, pueden marcar la vida de las personas. “Blue Lines”, en particular, sella el destino de muchos al enseñar que la plasticidad sí puede existir en la música, y que con un poco de suerte, es posible palparla, jugar con ella y hacerla tuya.
Para pasar de promesa indie a sensación mundial, The Smashing Pumpkins recorrió uno de los caminos más tortuosos de los noventa y engendró un disco bajo condiciones de suma hostilidad. Billy Corgan experimentaba un severo bloqueo creativo, producto del quiebre con su novia y la pérdida del departamento en que vivía. Al unísono, también acabó la relación amorosa entre James Iha y D’arcy Wretzky, luego de la gira de “Gish”. Caso aparte era el de Jimmy Chamberlin, quien hacía todo lo contrario y afianzaba su idilio con la heroína.
A finales de 1990, cuatro músico veinteañeros de Chicago dieron con el nombre de Butch Vig, por sugerencia de su sello discográfico, mientras buscaban un productor barato. Eran The Smashing Pumpkins, quienes sólo contaban con el autogestionado single debut ‘I Am One’, editado por la pequeña etiqueta Limited Potential, y querían seguir obrando en estudio. La primera colaboración entre ambas partes se llamó ‘Tristessa’, el único sencillo de la banda para Sub Pop y el primer atisbo de lo que sería “Gish”.
Las relaciones humanas pueden presentar escenarios de todo tipo; ser tan enmarañadas como totalmente abiertas son sus espectros más regulares y nosotros, como entes pensantes las vamos reproduciendo diariamente y en la mayoría de las situaciones. Esto simboliza lo permeable que es nuestra identidad al ambiente y lo fuerte que pueden ser las conexiones en un momento dado. Una clara muestra de ello ocurrió ayer domingo, cuando más de veinte mil personas, en un solo recinto, anularon (en parte) su individualidad y se dejaron llevar por algo que los congregaba y que todos esperaban.
Este 19 de Octubre sale a la venta “Come Around Sundown”, el quinto disco de Kings of Leon, después de su mega exitosísimo “Only by the Night” (2008). Grande el desafío para la familia Followill considerando el precedente que sentó su predecesor en cuanto a éxito. Y que quede claro, porque en cuanto a música soy de los que discrepa profundamente con sus últimas producciones.
Era una cita de esas especiales. El primer encuentro en persona (al menos, en lo que a nuestro suelo respecta) con una banda que, si bien en Chile sólo es conocida “de nombre” por un grupo no mayoritario, ya tiene un lugar ganado a nivel mundial, así como también una de las fanaticadas más fieles del circuito musical. Y claro, sus correligionarios nacionales no fueron menos, e hicieron sentir su presencia en el Movistar Arena.
Los Pendex no quedaron conformes con lo entregado en su debut homónimo, y decidieron que el paso del tiempo no sería un gran aliado. Siguieron deambulando, sin pensarlo demasiado, con la ansiedad de poder exteriorizar lo antes posible sus pensamientos, los síntomas propios de la mocedad de un cuarteto que ya arrojaba un disidente: el guitarrista Juan Pablo “Mecha de Clavo” Arredondo, quien partió a ejercer funciones a Fiskales Ad-Hok y fue suplido por Ricardo Halabi. El resto de la pandilla sigue intacto.
Cuando los colados desde atrás eran dos o tres, causaba gracia adelante. Pero las caras de susto e intranquilidad se propagaron por el VIP, desde el momento en que la separación con la cancha general comenzó su agonía, hasta que expiró. La escena podría haber sucedido en 1997, el año en que el primer show de Rage Against The Machine en Chile fue agendado y luego suspendido hasta nuevo aviso. Una época en que los más próximos al escenario eran los que llegaban temprano, quienes pagaban con fanatismo –y no con dinero- el derecho a estar cerca del grupo. La presencia policial en el estadio sólo engrosó el cariz anacrónico de la espera.
Finalmente, llegó el día. Tras las polémicas, las expectativas, las demandas, las promesas y los severos errores. Aún entonces, ad portas al evento mismo, era inevitable sentir una natural incertidumbre que iba mucho más allá de la productora y la fama que ésta se creó durante los últimos meses. Porque, en el papel, el Maquinaria Festival era una experiencia completamente inédita, que requería un nivel de eficiencia y organización (por parte de sus realizadores) a la altura de las circunstancias. Pero, asimismo, era fundamental que el público también hiciera su parte y actuara de forma acorde -lo que implicaba, digámoslo, que muchos se tragaran una más que justificada disconformidad acumulada en las semanas previas-.
Con la publicación de “The Battle of Los Angeles”, Rage Against the Machine consiguió, literalmente, poner el mundo a sus pies. Un disco de increíble factura estética, sonora y lírica, que convirtió a los californianos en una institución musical que había llegado para quedarse. O al menos, eso creíamos.
Desde tiempos inmemoriales, la humanidad se ha visto enfrentada al miedo. Conforme el hombre ha evolucionado, sus nociones se han sofisticado, y la lógica (ya sea de grupo o de algún ente iluminado) ha generado ciertos patrones que se vuelven leyes tácitas. Uno de esos tiene que ver con aquello que molesta, incomoda o -incluso- aterroriza: ignorarlo.
El mundo sigue girando, trasladándose a saltos hacia la debacle, y Rage Against The Machine, el 16 de abril del mismo año, nos lo restriega en la cara. Para que no se nos olvide. Para evitar, muchas veces sin éxito, que nos coma la máquina.
Violeta Parra escribió ‘Y Arriba Quemando El Sol’ hace casi medio siglo y hoy la canción podría musicalizar, perfectamente, la tragedia de los 33 mineros atrapados y usados por el gobierno con fines proselitistas. Por ejemplos como aquél (y varios más), el catálogo de la cantautora es considerado clásico e inmortal. Pues bien, las letras del primer disco de Rage Against The Machine caen dentro de la misma categoría. A 18 años de su aparición, el discurso del cuarteto angelino conserva la validez y su talante mantiene la misma peligrosidad de comienzos de los ’90. Una situación de doble lectura: es reconfortante ver que una obra artística adquiera carácter de perenne, pero es una pena comprobar –a través de ella- que la sociedad va de mal en peor.
Pendex (o Los Pendex, como se llamaban en sus inicios) es una banda que estuvo donde tenía que estar. Que nació en el momento y lugar exactos. Un ente musical que no podría haber existido a pleno, sin la serie de circunstancias que los rodearon.
Así fue el show de Incubus en Buenos Aires, Argentina el día 5 de Octubre del 2010. Escrito por Belén Cámbara.
Cualquier proyecto paralelo a The Ganjas, desde su concepción, ya es atrayente. Por estilo, calidad…
Ayer y luego de varios meses de espera debutó en nuestro país el dúo Crystal Castles en Blondie Discoteque, llevando a cabo una de las presentaciones más extravagantes del último tiempo.