Antes de que se apagaran las luces del Movistar Arena, se iba completando el aforo de catorce mil personas. Catorce mil flores rojas enredadas en las cabezas del público, que se encendieron cuando comenzó a sonar ‘Tonight you belong to me’ —difícilmente un mejor anuncio de lo que significa la relación con sus fans— y entraron los músicos a escena. Todos de riguroso verde comienzan con una intro y presentan a Mon Laferte como una diva. Suena ‘Ana’, una reversión de Los Saicos, llevada a su terreno. Su piel.
Mon Laferte despliega en su Amárrame Tour todo su universo. Un universo que también recoge a todas las grandes de la música, desde Wanda Jackson cuando inicia el concierto tocando su guitarra, vestida de lentejuelas mientras al mismo tiempo baila, hasta las grandes Señoras de la canción latinoamericana, cuando invita a Rulo y su banda al escenario.
Es justamente en este trozo de la noche en que también queda de manifiesto su generosidad con sus pares. El bajista de Los Tetas sube al escenario con su grupo y entonan ‘Tu Misterio’, parte de Vendaval, el disco que el compositor publicó en noviembre del 2016. Continúan con un trozo del vals peruano ‘Propiedad Privada’ de Modesto López, popularizada por Lucha Reyes y finalizan con ‘Te Qui’, del disco La Trenza. El mismo cariño y respeto que al acercarse el final del show dedicaba a su propia banda, presentándolos uno a uno y dando el tiempo para que cada uno de ellos, en primer plano, mostrara el talento en sus instrumentos.
En mitad de la noche, la cantante invitó a Manuel García a cantar ‘Cielito de Abril’. Al finalizar, el cantautor dijo “Mon Laferte, la reina de Chile”. Y sí, la Reina de Chile no es la Virgen del Carmen ni Cecilia Bolocco. La Reina de Chile en el siglo XXI es Mon Laferte.
Quien no ha escuchado sus discos con detención, puede desprender que la carrera de esta artista se ha construido solo a punta de composiciones de desamor y amor romántico, pasando por alto un tema crucial. Dentro del universo de Mon Laferte también está la clase. Por ejemplo, en ‘La Trenza’ (Tu eres distinta/ A todas las de barrio /Para mí/ La princesa de la población/ Eres hermosa/ Como una perla/ No debes pasar hambre/ No debes de sufrir). O ‘Salvador’, compuesta para su sobrino (Te visito en el barrio/ Yo te pienso todo el año / No me olvido que dijiste que tenías la piel morena/ Y por eso tú podías hacer lo que quisieras).
Antes de tocar ‘La Trenza’, dijo:
“Cuando uno va a una escuela con número, estudiar música es algo imposible, porque la educación es muy cara. Y no me quedó otra que ir a un programa de televisión. La cosa es que mi abuela sabía que yo quería dedicarme a esto, que quería ser artista. Y sabía que era difícil, entonces ella día tras día me aconsejaba, me enseñaba el amor y el respeto hacia la música. Me enseñaba con su guitarra, con su voz, con su ejemplo, con su amor hacia las canciones. Y creo que esta canción más que de mi abuela, de mí o de mi historia —no quiero ser tan autorreferente— habla de que todos tenemos una madre, una abuela, una hermana, tía, amigo o padre, alguien que cree en nosotros, cuando parece que todo es imposible. Siempre hay alguien, que está ahí, que cree en nosotros y que nos empuja con su amor y dedicación para que podamos cumplir nuestros sueños. Seguramente mi abuela estaría muy feliz, si estuviera viva, de ver este concierto hoy, si estuviera esta noche aquí”.
Justamente en el día en que Otra Noche en el Cinzano llegaba a las tiendas hace dieciséis años (gracias Música Popular por su boletín, suscríbanse), Mon Laferte tomaba la tradición del bolero no como solo una intérprete, sino como la creadora y jefa del escenario. Ella en control. Y no es extraño su éxito. Su música es la celebración de los orígenes, de la historia que se traspasa de lo personal a lo colectivo, de las sensaciones que la razón no entiende. Eso también es el pop. Por todo esto, no era extraño ver a señoras interpretando sus canciones mientras sus esposos las grababan cantando (como un registro más de las experiencia familiares felices en tiempos difíciles), a niñas de ocho años repitiendo los versos de temas que caen en el género del bolero, ni a sus abuelas coreando ‘No te fumes mi mariguana’, momento de la noche en que Mon pedía la legalización y se volvía loca y encantadora —aún más era posible— arriba del escenario.
Al igual que en sus shows anteriores, en medio de ‘Amárrame’ —penúltima fase del espectáculo, más bailable— la artista y sus músicos (que la acompañan como verdaderos compañeros, que la admiran) interpretaron un trozo de ‘Loca’ de Chico Trujillo. Y luego, nos regaló ‘El Diablo’, como si una Gwen Stefani latinoamericana fuera posible y mejor que la original. “¿Me puedo tirar encima? ¿Se van a portar bien?”, decía, antes de saltar al público.
El show llegaba a su fin (más de dos horas) y cuando el Movistar Arena repleto gritaba que no se iba ni cagando, era verdad. La banda volvía y ponía el broche de oro con ‘Tormento’, ‘Mi buen amor’ y ‘Tu falta de querer’. La respuesta fue atronadora, al nivel de perderse la voz de la cantante —sí, esa voz— en medio del canto del público. Era imposible no sentir el corazón en la boca.
Y se acababa la noche.
“Yo era una artista que cuando venía a Chile al principio había mucho prejuicio porque era la niña de la televisión no tomada en serio. Hoy estoy aquí en este arena, no sé cuántas personas hay, pero más que el número es el amor y la energía que siento hoy acá. Amo este Chile, un Chile sin prejuicios, un Chile amoroso. Gracias”.
Fotos: Carlos Muller