Fueron la gran atracción para esta séptima versión del festival. La presencia de los oriundos de Los Angeles, California se hizo sentir en todo momento, desde las poleras negras con algún motivo o carátula de su discografía, hasta chaquetas de mezclilla enfundadas en parches. El sentimiento de hermandad que emana de los fanáticos metaleros se hacía palpable como en cualquier otro concierto de insignes del heavy metal como Iron Maiden o en el último show de Black Sabbath. Una virtud que se repite en todas las ramas del rock más pesado, y que para esta edición se sumaron caras pintadas, sudaderas, gafas y las ya clásicas coronas de flores.
Desde temprano se podía apreciar que Metallica iba a traer mucho público y lo cumplieron a cabalidad. Nueve de la noche y ya en la explanada norte del Parque O’Higgins, el tránsito se hacía insostenible. Un mar de gente volcado al VTR Stage hacía imposible de lograr el traslado a un lugar de mejor visual y acústica. A las 21:40 horas, diez minutos más tarde de los pactado, la ceremonia daba inicio con Eli Wallach en la pantalla gigante, reflejando su sorpresa al llegar al sitio del duelo final en “El Bueno, el Malo y el Feo”, todo al ritmo de ‘The Ectasy of Gold’.
Las caras desfiguradas de los integrantes daban la alerta de la inminente destrucción con ‘Hardwire’, uno de los buenos cortes de su último trabajo de estudio Hardwire… To Self-Destruct (2016), seguido rápidamente de ‘Atlas, Rise!’. La épica ‘For Whom The Bells Tolls’ le daba una mayor participación al público que vitoreó a rabiar el “duelo de monos” entre Robert Trujillo y Kirk Hammett.
‘Fuel’ le inyectaba potencia al show que ya tomaba mayor velocidad, para luego poner los paños fríos con ‘One’ y una espectacular puesta en escena. Una de las sorpresas de la presentación fue la inclusión de ‘Motorbreath’ en el setlist, canción que no tocaban desde el 2013 y que fue recibida con alegría por los fanáticos más atentos.
Lo que continuó fue, simplemente, un combo del que difícilmente te podías parar: ‘Sad But True’, ‘Wherever I May Roam’, con una interpretación gloriosa, al igual que ‘Master of Puppets’ y la emocionante ‘Fade to Black’. Hetfield y compañía cerraron la primera parte del show con ‘Seek and Destroy’, llevándose una ovación cerrada. Y aunque mucha gente comenzó a peregrinar camino a las salidas del Parque, Metallica seguía el ataque con ‘Fight Fire With Fire’. ‘Nothing Else Matters’ anunciaba ya el final, pero no sin antes desearles dulces sueños a los fanáticos con ‘Enter Sandman’.
Se podrá decir mucho sobre Metallica: que se vendieron, que no tocan rápido, que el bajo de Robert Trujillo, que Lars ya no toca con la velocidad de antes y millones de cosas más. Pero a la hora de tenerlos arriba de un escenario, la cosa es muy distinta y se percibía en cada canción, desde los machacantes ritmos del doble bombo, hasta los solos que brindaron Trujillo, Hammett y Ulrich. Y aunque las canciones nuevas fueron recibidas con respeto y sin mayor alboroto, Metallica fue potente y dejó satisfechos a todo el público presente.
En un momento del show, James Hetfield comentó de lo feliz que sentía de estar en Chile y en una instancia como Lollapalooza, en donde se manifiestan los más variados estilos musicales y ellos estaban ahí para representar al heavy metal. Y con justa razón, las palabras del vocalista calan hondo en esta jornada. Metallica es de todos, es un pedazo de la historia musical, por eso no era de extrañarse a familias completas de negro, o muchachos y chicas con cero pinta de metalero trve, pero con las mismas ganas de emocionarse que un chascón cuello de goma. Metallica dejó de sonar en las piezas oscuras llenas de pósters, ahora suena al aire libre, junto a boybands, en seguida del dj más plástico posible y para públicos con tenidas compradas en el mall.
Eso se llama evolución, aunque les duela.