Un nuevo versículo se escribe en este tercer capítulo de vida de Meat Puppets, que comenzó el 2006 y que arrastra ya su tercer disco en este período. El último de ellos, “Lollipop” fue lanzado este año y viene a corroborar una carrera que, a pesar de los tropiezos, ya se encumbra por las tres décadas.
Lo nuevo de Meat Puppets nos habla de un grupo totalmente en paz, que asumió hace bastante tiempo su estilo. Seguramente en esta docena de canciones resultará extraño ver que la exhuberancia sónica que los hermanos Kirkwood ostentaban en sus primeros años ha mutado a un sonido que los puristas no tardarían en calificar como más amable. Ergo, de las oleadas hardcore que aparecían a mediados de los ochenta, sólo quedan trazas que se escuchan a distancia en cortes como ‘Vile’ y ‘Orange’.
En “Lollipop”, los fans que quieren ver en acción a uno de los grupos responsables del sonido de bandas como Soundgarden o Nirvana, notarán que las referencias son sutiles (‘Hour Of The Idiot’, ‘Town’, ‘Wait That It Are’), y descansan en una cortina acústica donde puedes encontrar tintes reggae (‘Shave It’) y reminiscencias folk (‘Baby Don’t’, ‘Amazing’). Esperar que surja algún grito primal o un riff crudo en cualquier truco es falsear la historia de Meat Puppets, cuyos estilos han recorrido desde la embestida más animal hasta la máxima placidez.
“Lollipop” es un bonito documento de supervivencia e independencia. Los hermanos Curt y Cris Kirkwood arrastran un legado que no ha sido mirado con la dimensión que se merece. Empero, esa ausencia del ojo masivo les ha otorgado la feliz capacidad de colorear su discografía con los sonidos y estilos que deseen, sin que medie algún tipo de presión ajena. Meat Puppets escogió la libertad en vez de la masividad. Eso sólo merece elogios.