La palabra Zeitgeist es un término acuñado por el romanticismo alemán, allá por 1769. Su traducción literal es “el espíritu de los tiempos”, haciendo referencia al estado general de una nación o grupo específico, en todos sus aspectos: cultural, político, social, espiritual e incluso ético. Y desde su portada, es evidente que este disco apunta a esa crítica de lo que Corgan denominó el “fascismo emergente” en la política estadounidense. Pero, paradójicamente, el concepto también da pie necesario para detenerse y analizar a quien(es) firma(n) este álbum. Y es que, siete años después del fin, las cosas habían cambiado en demasía.
En lo que a su líder respecta, tuvo que pasar Zwan y un disco solista para que, al ver la tibia recepción que tenían sus esfuerzos, optase por volver al nombre que lo hizo célebre. Después de renegar de la idea en incontables ocasiones, se tragó el orgullo y se entregó a ella con la cabeza gacha. En teoría, claro. Porque lo que vino a continuación ocurrió a su manera, que no era precisamente la que los fanáticos esperaban. “Es mi música, son mis letras, es mi vida, que por años mostré al mundo sin disfraces ni maquillajes y que hoy debo volver a revisar“. Palabras proféticas que comenzaban a sugerir un nuevo formato compositivo.
Y es que, desde el 21 de Junio del 2005 (cuando Corgan anunció, Chicago Tribune mediante, el retorno de los Smashing Pumpkins), ésta era otra banda. Sí, es cierto: hasta la disolución original, Corgan era el líder absoluto. Pero el fin último de esta reunión fue el de ser la plataforma de su música solista, sin espacio para mayores intervenciones. Varios fueron los fans que se negaban a creer que el ego diera para tanto, pero nuevamente las palabras hablaron por sí solas.
Declaraciones como “los Pumpkins viven en mi mente como una entidad que forma gran parte de mi vida. En lo que a mí respecta, el grupo nunca se disolvió. El mundo tenía el cadáver, pero para mí, siguió adelante“, y comparaciones entre su proyecto y lo que hacían David Bowie o Iggy Pop -no en cuanto a sonido, sino en relación a los “grandes solistas que hicieron excelentes discos” y sus músicos de soporte- cuentan una historia que no necesita de mayores interpretaciones. Algunos acuñaron el término “The Smashing Pumpkins of the 21st Century”, en parte como broma pero en gran medida para hacer la diferencia entre una agrupación y otra.
Porque estas calabazas eran otra cosecha. Una en la que sólo Jimmy Chamberlain aceptó volver a este nuevo formato. James Iha, entonces ya entregado a esa bandita llamada A Perfect Circle, se negó tajantemente. D’arcy Wretzky, a diferencia de lo que muchos creen, ni siquiera fue invitada a participar. “Zeitgeist”, por ende, fue grabado sólo entre los dos “sobrevivientes” de esta nueva formación. Y mientras uno hizo el mejor disco de su carrera como baterista (sí, es en serio), el otro aparentemente se diluyó entre tantas responsabilidades compositivas e instrumentales, para terminar haciendo agua por todos lados.
Desde ‘Doomsday Clock’ (que no es más que una combinación de acordes tomados prestados de Zwan, pero con más distorsión) en adelante, sólo un puñado de ideas llega a buen puerto. La ausencia de Iha (o de un segundo guitarrista per sé) a la hora de grabar le hace un daño inmenso a la mayor parte de estos temas, que carecen de esa visión alternativa que viene de una perspectiva distinta. ¿El resultado? Melodías en su mayor parte estancadas, que sólo a ratos muestran algo interesante (como el riff principal de ‘(Come On) Let’s Go!’ o los cambios que muestra ‘7 Shades of Black’ antes de volver a la letanía de sus versos).
Sus singles, la hermosa ‘That’s the Way (My Love Is)’ y ‘Tarantula’ (que tiene toda la intensidad y sangre que a las mencionadas en el párrafo anterior les falta con urgencia), son dos tercios de la triada que indiscutiblemente vale la pena en este trabajo. La pata que completa esta afirmación, y la única canción que se logra acercar a la premisa original de esta producción, es ‘United States’. Casi diez minutos en que Billy Corgan encuentra sus mejores líneas de guitarra desde “MACHINA” y Jimmy Chamberlain se matricula con la gran canción de su vida, sabiendo cuándo ser sutil y cuándo pegarle a la batería como si le debiera dinero con visceral y matemática precisión.
Y sí, si fuera necesario dar una razón que justifique escuchar “Zeitgeist”, sería esa trinidad. Todo lo demás, dependiendo de los gustos, rankea entre lo discutible y lo cuestionable. No es un mal disco, pero ciertamente no honra a sus antecesores ni por aproximación y da pie justificado a cuanta duda razonable ha surgido desde entonces. Al menos fue la oportunidad para que Chamberlain se mostrase en gloria y majestad, luciéndose antes de también unirse a las filas de los cesados. Aunque fuese en un disco solista camuflado de otra cosa.