Es justo decir, antes que todo, que este disco es lejos lo peor que haya hecho Metallica en toda su historia. Una basura con todas sus letras, creatividad en su mínima expresión y un fiel reflejo de la crisis en que estaban sumergidos en esos años. Hetfield superando una larga rehabilitación de drogas y alcohol, la salida de Newsted, y Ulrich enredado con Napster, en lo que sería una de las batallas más patéticas nunca vistas. Mientras, Bob Rock, moviendo en forma desmedida los hilos de esta banda enferma. Sería él quien grabara el bajo del álbum, posición que más tarde ocuparía el new kid, Mr. Robert Trujillo, uno de los factores importantes que hizo revivir a Metallica años más tarde.
A partir del contexto en que nació St. Anger, por más que uno trate de entenderlo, es incomprensible de principio a fin. Intentar siquiera escucharlo de una tirada es imposible. Una batería de mierda, que te hace dudar si Ulrich hizo las de …And Justice For All, acompañan riffs vacíos repetidos hasta el cansancio con un Hammet sumergido en un letargo durante todo el disco. Las canciones dan la impresión que fueron escupidas en la sala de ensayo en menos de media hora cada una, sin dar más vueltas. Tan sólo un par como ‘Dirty Window’ o ‘Frantic’ tenían el potencial para haberse convertido en algo decente, pero no estuvieron a la altura.
St. Anger es apenas un vómito, gritos y ruido, un exorcismo que si bien sirvió de terapia para la banda, no merecía transformarse en álbum. Afortunadamente -y luego de varios años- nos damos cuenta de que sólo los grandes como Metallica pueden pararse de tropezones tan feos como éste y entregar un prolijo trabajo, que es la razón de la gira que los trae a Chile el próximo martes en Club Hípico. Death Magnetic y estamos.