Corrían los primeros años de la bella década de los noventa y, mientras en Estados Unidos se vivía la fiebre inconformista y adolescente del grunge, al otro lado del Atlántico una tendencia musical de sonido radicalmente opuesto llevaba algunos años fascinando a Inglaterra: eran los años dorados de lo que, con el tiempo, se llamó shoegaze.
En Londres, el mítico sello Creation Records (Primal Scream, Oasis) había lanzado en el año 1991 uno de los discos más influyentes de la historia, el inconmensurable “Loveless”; segundo y último álbum de My Bloody Valentine, que terminó por definir al movimiento shoegazing: un rock aletargado y estilísticamente influenciado por el ruidismo y estridencia de The Jesus and Mary Chain y por la corriente dream pop de los ochenta. Guitarras cargadas de distorsión, reverb y el característico uso de pedales que creaban una muralla espesa, pero dulce.
La prensa musical de aquellos tiempos, especialmente NME y Melody Maker, bautizó así (shoe = zapato, gaze = mirar) al naciente género porque las bandas acunadas en Creation Records (Ride, Sverwedriver, The Telescopes, The Boo Radleys, entre otras) acostumbraban mirar los pedales en sus conciertos.
En 1993, Slowdive, otra banda de la misma compañía, liderada por Neil Halstead y Rachel Goswell (ambos, voz y guitarras), volvía de una gira norteamericana tras lanzar en 1991 “Just For a Day”, su primer LP, y se aprestaban a volver al estudio para trabajar en lo que sería su siguiente placa, “Souvlaki”. No tenían idea de que éste se convertiría en el otro gran bastión del estilo y en uno de los álbumes más grandiosos e influyentes de toda la década.
Siempre ha existido la pugna -entre los más acérrimos fans- acerca de si es “Loveless” o “Souvlaki” el estandarte shoegazer por excelencia, pero pequeños grandes contrastes saltan a la vista tras repasar lo que fue este último. Mientras que su predecesor, “Just For a Day”, irradiaba una sonoridad nostálgica del dream pop ochentero en una clave más ortodoxa y sutil, su bienaventurada secuela estaba destinada a ser una placa única y conmovedoramente inspirada.
Los singles del álbum eran cautivadores e inolvidables: ‘Alison’ abría el disco repentinamente con un sonido entrañable y letras de sutil éxtasis poético, femineidad e inocencia que encontraban en Halstead la voz perfecta para ser expresadas, con ese único y suave misterio. ‘Machine Gun’ titula con ironía a la canción más delicada y frágil del elepé, casi como una flor preciada a la que se debe tratar con suma delicadeza para no destruirla. La interacción entre el bello canto seudo infantil de la Goswell y el de su compañero parecía, en este corte, una conversación íntima y sincrónica entre sexos opuestos; parte esencial de la poesía sentimental característica de Slowdive.
Las ocasionales olas de densa saturación de las guitarras contrastaban con maestría versus la lenta y dulce atmósfera dominante, que en ‘40 Days’ y ‘Souvlaki Space Station’ viven su punto cúlmine, como un escalofrío de sublime emoción. ‘Sing’ y ‘Here She Comes’ son el par de canciones que destacan por la notable colaboración de Brian Eno en los teclados y efectos, e indicando que Slowdive no se contentaban con reproducir fielmente el sonido shoegazer, sino que buscaban una identidad propia experimentando con claves desconocidas.
La versión americana del álbum (que actualmente es incluso más popular) contenía, además de los 10 temas originales, cuatro obras extra, de las cuales ‘Missing You’ y ‘Good Day Sunshine’ sobresalen por ser hermosos instrumentales de bases programadas. Una demostración de que Halstead y Goswell eran mentes musicales inquietas en busca de un sello único y con fuerte interés en la ambientación y las herramientas electrónicas, lo que dejaron en total evidencia con su último trabajo, el ambicioso “Pygmalion” de 1995.
A propósito de la eterna comparación con sus compañeros de sello, My Bloody Valentine, quienes se hicieron legendarios con un disco perfecto como “Loveless” (basado principalmente en vanguardistas técnicas musicales), puede decirse a favor de Slowdive que nunca hubo una banda tan emotiva y que representara tan bien el sonido de la melancolía, de la pérdida o del amor idílico. Escuchar “Souvlaki”, a 18 años de su gestación, es adentrarse en un tiempo musical único y una atmósfera casi peligrosamente nostálgica, un pedazo en la historia de la música donde el destino quiso que existiera un grupo que recrease el sonido mismo del romance adolescente, ese enamoramiento fugaz que todos hemos vivido y recordado.