Cuando terminaba el show de The Libertines, luego de que ambos guitarristas lanzaran los micrófonos con pedestales incluidos al público, Carl Barât toma un setlist escrito en una hoja de papel, lo hace bolita y lo tira hacia la audiencia. La pelota improvisada cae a sólo escasos centímetros de él. La gente ríe y él responde encogiéndose de hombros, como diciendo “es lo que hay”. Esta imagen se convirtió en la perfecta analogía que resume su paso por Santiago.
Después de la presentación de Ana Tijoux, se baja el telón con la portada de Up The Bracket y el show comienza. En primer lugar, la cita fue protagonizada por un mal sonido que no puede atribuirse a los técnicos a cargo, digámoslo, no son magos. Poco y nada se puede hacer con una banda que arriba del escenario nunca logró sonar como un engranaje, con malas voces y que sólo parece tener un solo músico que sabe lo que está haciendo, el baterista Gary Powell. Pete Doherty y Barât se subieron al escenario, básicamente, a jugar. Además, durante todo el concierto fue Carl quien entraba a salvar al fundador de Babyshambles en las voces. Patético es poco. Si el mismo payaseo cliché que ha envejecido de pésima forma hubiese estado acompañado de música bien interpretada, al menos nos quedarían recuerdos de un concierto aburrido, pero no derechamente malo.
Después de este pésimo trago, llegó Iggy Pop y salvó la noche por completo. A los 69 años, Jim Osterberg tiene la vitalidad que tú y yo jamás hemos tenido ni vamos a tener. La ostenta y la aprovecha para hacer quizás uno de los mejores conciertos que una leyenda viva puede dar en el 2016.
Hace mucho rato que estamos asistiendo a shows de rock que han envejecido muy mal, probablemente, por querer hacer vista gorda a que el paso del tiempo es algo inevitable. Espectáculos de leyendas que parecen salidas del museo de cera, que no se preocupan de armar un buen concierto, pensando que sólo una batería de buenas canciones los pueden salvar, apelando a la nostalgia. Una excepción a esto es, por ejemplo, Brian Wilson, quien ya estando mayor y con ciertas limitantes en su voz, se preocupó de hacer del 50º aniversario de Pet Sounds un show épico, apoyándose en buenos músicos y cantante de apoyo. Cómo envejecer con poder y de forma digna. Esto mismo aplica a Iggy Pop. Aunque, a diferencia de Wilson, este recorre sin parar el escenario, con ese baile que ya es marca registrada y con una energía que impacta. Además, mostrando en directo un registro vocal que mantiene intacto y lleno de texturas.
A torso desnudo, como es tradición, el estadounidense comenzó con ‘I Wanna Be Your Dog’, ‘The Passenger’ y ‘Lust for life’, una tras otra, como si fueran balas. Su concierto también incluyó temas de The Stooges y una parada por su último disco, Post Pop Depression, lanzado en marzo de este año. En casi dos horas de concierto -y acompañado por músicos de excelencia como Seamus Beaghen (The Madness) y Kevin Armstrong (David Bowie, Morrissey)- la leyenda del punk rock no dio tregua. Se movía sin cesar por el escenario, con su cojera que no hacía más que sumar a su manera de bailar, bajando a abrazar y entregar el micrófono al público en varias ocasiones, generando una mezcla absoluta de emoción y humor de forma permanente.
Mientras presenciaba el show, pensaba en la suerte -y visión- de Iggy Pop de poder envejecer así. Por supuesto que esto pasa por un privilegio, pero también una decisión. Ojalá las mujeres que son leyendas vivientes pudieran pasearse con sus arrugas en el cuerpo con tanto desparpajo, haciéndolas ver como medallas del paso del tiempo más que como pellejos por los cuales avergonzarse. Ojalá verlas así de libres. No es una reflexión forzada si pensamos que a través de toda su carrera, este artista ha subvertido las reglas de los géneros, siendo uno de los pocos que abre el camino de rock también para nosotras, sin generar en nuestras cabezas esa repetitiva separación del artista con su obra para poder escucharlos en paz.
La rebeldía de manual de The Libertines quedó aún más expuesta cuando recibimos a Iggy Pop de plato de fondo. Ese es el rock que se hace inmortal, aquel que subvierte las concesiones con el género, con el cuerpo, los clichés y el paso del tiempo.
*Imágenes por Jaime Valenzuela y DG Medios.