Ya la sinopsis de Liberation Day era lo suficientemente interesante como para ir a ver el documental a la última edición del Festival In-Edit Chile, y es que el proceso de cómo la banda eslovena Laibach llegó a Corea del Norte para interpretar el primer concierto de rock en dicho país, era algo que no nos podíamos perder.
De partida, hay que explicar dos cosas. La primera, el grupo se ha caracterizado por mostrar canciones electrónicas (o derechamente industriales) a lo largo de sus más de treinta años de carrera, por lo que decir que lo ocurrido en el país de Kim Jong-un fue un concierto de rock podría sonar algo descabellado, o poco preciso, no obstante, para los -pobres- estándares de los norcoreanos, este término podría ser perfectamente aceptable tal cual nosotros comprendemos el concepto de “concierto de rock”.
Lo segundo, es que el grupo tiene un trasfondo muy social desde su historia más temprana, habiendo nacido como un colectivo juvenil en los años ochenta en la antigua Yugoslavia. Por esos años, Laibach citaba a Tito y a Edvard Kardelj con el fin de criticar el actuar del sistema político impuesto por ellos mismos, ya sea en sus presentaciones en vivo, a través de sus canciones, o bien por el arte gráfico que utilizaban en los shows, los cuales mezclaban elementos propagandísticos nazis y soviéticos. Con todo esto en mente, podemos intuir que invitar a una agrupación como esta podría sonar descabellado, sin embargo, a la postre, no fue tan así.
Liberation Day muestra todo el proceso de cómo el grupo llega a Corea del Norte para celebrar su aniversario número setenta, visto todo desde la óptica de su director, Morten Traavik, quien finalmente resulta ser el protagonista de su propio documental, ya que es él mismo el que hace los contactos y mediaciones entre las partes.
Aprovechando esta posición de relativo poder, Traavik nos muestra el país tal cual lo imaginamos en occidente, con personal militar que intenta censurar la mayor cantidad de material artístico posible, con un peligro constante detrás de las cabezas de los organizadores del evento, si es que no siguen las órdenes impuestas por el sistema político local. Al mismo tiempo, podemos revisar cómo las tradiciones norcoreanas están totalmente permeadas en su población, demostrándonos una vez más -y con un amplio conocimiento de causa en el caso chileno- cómo las dictaduras terminan por hacer cambios en la mentalidad de varias generaciones (por no decir, derechamente, lavarles el cerebro), instaurando el concepto de “lo nacional” como “lo único realmente bueno”, algo que vemos aún más cuando el público es enfrentado a elementos extranjeros, como el caso de la música de Laibach.
Finalmente, la cinta sirve para reflexionar sobre cómo la política termina afectando la vida de las personas lo queramos o no. Ya sea con nombres como Kim Jong-un, Donald Trump, o incluso Sebastián Piñera (¿te acuerdas por qué partieron las marchas estudiantiles?), cada ideología termina por regir nuestra existencia de distintas maneras, cegando nuevos caminos e iluminando ciertos senderos que, por muy brillantes que parezcan en el corto plazo, no siempre son los mejores para todos y cada uno de los habitantes de un país con el paso de los años.