Las chinganas son el equivalente del siglo XIX a las discotecas y bares. Era ahí donde la bohemia santiaguina se daba cita para saciar la sed, bailar y hacer vida social. Fueron, también, la cuna de la cueca de corte más urbano e irreverente, uno de los primeros acercamientos chilenos a lo que ahora llamaríamos actitud rocanrolera. El mismo espíritu al que recurre el grupo La Chingana. Y no sólo a través de un nombre que evoca al desenfado de épocas pasadas, sino que mediante una apuesta que conjuga -en diferentes dosis- guitarras rabiosas con ritmos enérgicos y guiños a la tradición folklórica nacional.
La Chingana habita un espacio en el que los colores flúor, propios del indie más ligero, conviven con referencias a Violeta Parra (‘Ultravioleta’) e ingeniosos flirteos con ritmos nortinos (‘La Rodilla’). Un encuentro entre dos estéticas cuya mixtura parecía improbable, pero que la banda logra ensamblar con seguridad, para fraguar un álbum concorde y proporcionado. Además del vigor comandado por las seis cuerdas, el cuarteto es capaz de bajar las revoluciones, lograr en ‘Miami’ una de sus mejores canciones y mostrarse versátiles. Esto, sumado a las buenas ideas que barajan, los transforma en un proyecto a tener en cuenta dentro del panorama local. Seguir así sólo depende de ellos.