“Well, there ain’t no grave can hold my body down”. Escalofrío. Un estremecimiento que recorre todo el cuerpo en cuestión de segundos. Esa es la única respuesta que puede ocurrir al escuchar a Johnny Cash entonar el comienzo de “Ain’t No Grave” en 2010. Con tres años de retraso, llega a nuestras manos la continuación que Rick Rubin nos prometió tras el lanzamiento de “A Hundred Highways”. La segunda parte del testamento musical de Cash. “When I hear that trumpet sound / I’m gonna get out of the ground”. Siete años después de su fallecimiento, el Hombre de Negro se levanta de su tumba para darnos una última lección. Pero no lo hace al estilo George A. Romero, sino con su voz y, lo que es más importante, alma.
Esta última entrega de la saga de los American Recordings llegó dieciséis inviernos después del primer capítulo, justamente tres días antes del que hubiese sido su septuagésimo octavo cumpleaños. Un tiempo en el que hemos disfrutado de seis discos con los que Johnny Cash dio otra vuelta de tuerca a su carrera. En un primer momento se podía haber visto como una simple reinvención artística o como una estudiada estratagema comercial. No hubiese sido el único, ni el último en seguir semejante colección de vivencias y sentimientos que han poblado la última década de la vida del cantante y de la nuestra.
La Muerte siempre rondó la figura de Cash y él supo bailar con ella hasta su último suspiro. Especialmente durante esos últimos años en los que la Parca terminó empapando cada momento de su existencia. Atenazado y destrozado, pero sin ningún temor a unirse a ella por la eternidad. Porque ella era la que se había llevado a June Carter y la misma que volvería poco después para abrazarle. Durante esos últimos meses sin June, Johnny invirtió todo el tiempo posible en purgar el dolor de la ausencia y de los errores cometidos a través de sesiones de grabación. Unos días en los que conscientemente o no, escribió su epitafio con letras doradas. Esta comunión con la Muerte ya había quedado sublimada con “American IV: The Man Comes Around” y vuelve a aparecer con fuerza en este “American VI“.
En la voz de Cash se nota el aroma de la muerte. Su aliento anuncia el final y hace que su tono se vuelva más desgarrador. Cuando canta “Ain’t No Grave”, desnuda su alma y sus pecados ante la indecente Muerte. No hay miedo ni pudor ante ella, únicamente aceptación. Según Rubin, esta fue la última canción que grabó antes de irse y no podría haber mejor canto de cisne para Cash. La expiación definitiva, sin el catastrofismo que suelen seguir sus compañeros cristianos ante esa situación. Hasta en su salida de esta vida, Cash fue especial. Su optimismo gris queda patente en la citada “Ain’t No Grave”, en “I Don’t Hurt Anymore”, “Last Night I Had the Strangest Dream” o en la revisión de “For the Good Times” de Kris Kristofferson.
Pero ante todo este álbum supone un capítulo más en su diario de vida y muerte. No se pone en los zapatos de los otros, sino que termina fagocitándolos. A través de sus versiones ha logrado crearse una voz propia a través de voces ajenas a su universo como Nine Inch Nails, Depeche Mode, U2 o The Beatles. Si hasta llegó a atraverse con el “If You Could Read My Mind” de Gordon Lightfoot. En esta ocasión, además del citado Kris Kristofferson, ha versioneado, entre otros.,a Sheryl Crow. El corte “Redemption Day” cobra un mayor significado con la voz de Cash, que despoja el aire Country American Woman de la original transformándola en un emocionante y vívido abrazo crepuscular. “Freedom. Freedom. Freedom. Freedom. Freedom”.
Para entonar el único tema propio del disco deben abrir sus Biblias, “I Corinthians 15:55”. Arrebatadoramente optimista, Cash reinventa la primera Carta a los Corintios, reescribe las Sagradas Escrituras para que hablen de él. Del “O death, where is your victory? / Oh death, where is your sting?” pasamos al “Oh death, where is thy sing? / Oh grave, where is thy victory?”. La manipulación al servicio de uno mismo y su catarsis. “Oh life, you are a shining path / and hope springs eternal just over the rise”. La nota bizarra viene de la mano de “Aloha Oe”. Con esta típica canción hawaiana, Cash se despide de todos nosotros. “Maopo ku’u ‘ike i ka nani” (“He visto y mirado tu belleza”). Una pieza simpática y de una fragilidad colosal. No hay ni un ápice de jocosidad o parodia en su interpretación, es una despedida de verdad.
¿Será este sexto disco el epílogo para la saga A.R.? Probablemente no haya manera mejor. “American VI: Ain’t No Grave” es Cash. También con “c” minúscula, pero siempre es mejor que hagan caja post-mortem con nuevo material y rarezas que reciclando éxitos en recopilatorios. Aunque debemos tener en cuenta que sólo son diez cortes de las cincuenta grabaciones que se conservan de las últimas sesiones de grabación junto a Rick Rubin. Si restamos las doce del “A Hundred Highways“ tendríamos todavía una veintena larga de temas con los que Rubin podría componer un “American VII” y hasta un “American VIII“.
El pequeño Johnny nos seguirá observando desde la portada. Ese sonriente chaval de orejas pegadas no podría haberse imaginado que con el tiempo se convertiría en el (gran y único) Hombre de Negro. Ni mucho menos que su sombra nos iluminaría años después de su muerte.
“A ho ‘i a ‘e au / until we meet again”.