Casi era la medianoche que dividía el día 27 del 28 de Febrero de 2016 cuando, apresurados, tomamos un taxi desde Bellavista con dirección a un departamento en alguna parte de Ñuñoa. Íbamos apretados cinco pasajeros, más el taxista que se había prestado a llevarnos, a pesar del número. En la radio, la rutina de Meruane cosechaba risas gélidas, silencios sepulcrales y silbidos, muchos silbidos. En el taxi, nosotros sufríamos por la posibilidad de que lo echasen y se adelantara la presentación de Javiera Mena en El Festival.
Unos días antes Javiera Mena había accedido a cantar ‘Corazón Partío’ junto a Alejandro Sanz y el resultado no podía haber sido más desastroso. Con una clara falta de ensayo, a ella se le olvidó la letra y tampoco estuvo muy afinada. Para mucha gente ese fue el primer contacto musical que tuvieron con Javiera Mena. Quizás a alguno le sonaba su nombre de antes, a otros, ni siquiera. Por eso la actuación de esa noche en la Quinta Vergara tomaba tintes dramáticos puesto que iba a ser recibida con manifiesta hostilidad, además encajada en una noche reggaetonera (algo que, a ella, le encantaría por otra parte). Volvamos al taxi.
Cuando bajamos, atropelladamente, del auto corrimos hacia la casa lugar de encuentro. Allí había varias personas del entorno musical chileno. Entre ellos el primer productor de Javiera Mena, casi antes de ser Javiera Mena (o sea, antes del proceso de Esquemas Juveniles), músicos que habían sido parte de su banda, amigos y conocidos de la artista. Y fans, todos fans. Ante la tele, minutos antes de la salida de Javiera, la tensión disipada con cervezas era evidente. Se sentía algo parecido a estar justo antes del pitido inicial de la final de la Copa América unos meses antes. Nuestro miedo a que ella fallase. A que el público, un público poco o nada especializado, no familiarizado con su propuesta, pudiera arruinar el trabajo de meses y el sueño de años, de infancia.
Luego ella salió, con algunos nervios, pero sabiendo qué quería hacer, y ofreció probablemente, un instante de contemporaneidad a un festival claramente obsoleto. Para mucha gente, debió ser algo parecido a ver a Juan Antonio Labra en el mismo festival, haciendo sus pasos de baile marcianos, vestido con un traje reflectante. Javiera Mena triunfó para los incrédulos, que éramos casi todos, incluso los que la admiramos, incluso los que la queremos en la distancia o la cercanía.
Saltamos a septiembre del mismo año. O sea, no ha pasado demasiado tiempo pero se siente que las cosas sí han cambiado para Javiera Mena. En lo esencial ella ha seguido su rutina trinacional: conciertos en México y España, sus otras dos patrias musicales y la preparación del concierto más importante que ha dado hasta el momento. Más importante que el de Viña incluso: su presentación en el Caupolicán con la excusa de los diez años de Esquemas Juveniles, su disco debut, aunque no su primer disco. Paradojas de la industria musical.
Tocar en el Caupolicán adquiere un significado de consolidación de carrera. Es verdad que hay estilos musicales (ahora mismo la cumbia) que parecen llenarlo sin aparente esfuerzo, que números decadentes internacionales, bandas tributo y viejas glorias se presentan allí con pasmosa naturalidad. Pero, para el pop nacional, es otra cosa. Eso lo supo Gepe en su primera presentación y eso lo supo Alex Anwandter hace unas semanas, cuando ejerció magisterio pop en ese mismo recinto como culminación de toda una carrera y diferentes etapas.
Para Javiera Mena era lo mismo. La velada la calentó la Dj y productora Valesushi poniendo música para los que decidieron ocupar su lugar temprano: los Menamorados, los ansiosos, en definitiva, los fans más fans. Un domingo es un día extraño para un concierto, así que la convocatoria a las 19:00 ayudaba. A esa hora el teatro se veía repleto. Abiertas hasta las plazas que llevan hacia el cielo del recinto, el aspecto era magnífico y el escenario, aún a oscuras, era presidido por el habitual triángulo invertido que actuaría a modo de pantalla. Se retrasó el inicio unos minutos, no demasiados, hasta que ella, brillante, espacial, con algo de tensión en el rostro, ocupó su lugar al teclado para, de una, partir con cuatro canciones de Esquemas Juveniles: ‘Está en tus manos’, ‘Cámara Lenta’, ‘Esquemas Juveniles’ y ‘Como Siempre Soñé’. Cualquiera que haya visto bastante a Javiera Mena sabe que la mayor parte de los temas de Esquemas están desterrados de su directo. No es de extrañar. Encajan mal esos temas de corte sentimental, baladas sencillas, en la propuesta bailable y orientada a la fiesta que tiene su show actual. Por eso había que aprovechar el momento.
Confesión: Esquemas Juveniles entraría en mi lista corta de 20-25 discos para una vida. Probablemente, sería el más reciente en esa lista. No es un disco que me llegase de joven (ya estaba cerca de los 30), por lo que le doy más valor el haber impactado de manera tan profunda en mí, cuando uno es menos impresionable, sus gustos están formados y el conocimiento musical es mucho más amplio. Pero ocurrió. Con ese disco pasó que resignificó una parte de mi educación sentimental, como pasó de adolescente y joven con The Queen is Dead, Disintegration, Forever Changes, Super 8, Pet Sounds, El Tigre del Guadarrama o D.I. Go Pop.
En ‘Como Siempre Soñé’, el triángulo invertido que hacía las veces de pantalla mostraba imágenes de Candy Candy. Javiera Mena no pierde ocasión para reivindicar su imaginario personal construido de radio, televisión y cultura popular. Tras eso, en ‘Acá Entera’, ya salieron sus cuatro bailarinas, ella ocupó su trono rodeada de computadores, teclados y máquinas y se relajó. Porque hay incomodidad, algo artificial en, paradójicamente, los temas más orgánicos. Ejerciendo como una especie de DJ, en altura, casi como una animadora. La Javiera actual ha soltado el lastre de tener que demostrar que sabe tocar, que sabe cantar, que sabe bailar…Eso pasa a segundo plano. Ella es una creadora, y no una cualquiera, sino una superior.
Todo parecía funcionar de manera exacta en su show. Incluso las canciones que menos me gustan como ‘La Joya’, que aborrezco, las sentía naturales y divertidas en el contexto de lo que pasa en sus conciertos. Es verdad que palidece ante canciones de ese bloque como ‘Sufrir’ o ‘Hasta la Verdad’, pero el edificio de sonidos que ha creado, que ha sabido trasladar de su cabeza hacia afuera, sostiene casi cualquier adorno. También supo dar nueva vida a canciones difíciles de introducir en este sonido, como la delicada e inteligente adaptación que hizo con ‘Perlas’, quizá la única posibilidad de que apareciese entre este repertorio.
Se le acusa a Javiera Mena, de manera ignorante, de que su discurso es opaco o, directamente, de falta de discurso, digamos, político. Ver docenas de parejas de chicas adolescentes tomadas de la mano, besándose, compartiendo algo que las une como es la figura de una música que sirve de modelo y refuerzo positivo de lo natural que son sus vivencias, es un discurso político mucho más profundo que cualquier grupo punk gritando ‘puta sociedad, puto gobierno opresor y fascista’. Pero no sólo esto. No pasó para nadie por alto que, sobre el escenario, había trece mujeres. Un cuarteto de cuerda utilizado con astucia, sin darle más que la importancia justa para no entorpecer sino sumar, un par de músicas de apoyo a la batería y guitarra, dos coristas y cuatro bailarinas, más la propia Javiera. Trece trabajadoras de la música (además de su coreógrafa, su manager, su stage manager…). Eso es una declaración política tan, pero tan fuerte, que es imposible mantenerse al margen. ¿Qué no tiene discurso?. El discurso es ella.
A la altura del Mena quisieron lanzar a Javiera como una especie de Lady Gaga latina pero aquello no funcionó. Algo de torpeza en la forma y la sensación de que se trabajaba desde la comodidad de lo conseguido, hacía presentir que nunca podría ser más que una artista de nicho, más o menos amplio, pero nicho. Hay que aplaudir la valentía de su actual equipo de management y sus ambiciones para creer que no bastaba tocar en el Vive Latino o en el Primavera Sound sino que ella pertenecía, también (y esa es la palabra clave) al, por ejemplo, Festival de Viña. Cuando parecía condenada a ser una estrella indie, Uxia Citoula, Josefina Parodi y el resto de su equipo, tuvieron claro que ella es mucho más. Porque lo es.
Pero no nos equivoquemos. Javiera Mena es una artista total que trabaja con otras personas, sí, pero con una mente privilegiada y un talento prodigioso, único y especial. Las canciones de Javiera Mena existen en ella misma y son creadas para ella misma. Es verdad que en su discografía hay dúos excepcionales con El Guincho, con Jens Lekman y, por supuesto, con Gepe. ‘Sol de Invierno’, sólo ella, ya serviría para haberse ganado un nombre en la música chilena. En la música en español. Es una canción tan poderosa, hipnótica, misteriosa, magistral y superlativa que, simplemente, no cabe descripción. Por eso fue uno de los momentos cumbres de la presentación. Su cómplice, su amigo Gepe (como bien recordó este, se conocen hace diecisiete años, muchos más que los de sus nombres unidos ante los focos de la opinión pública).
Pero esas canciones compuestas para dúos son excepciones y, además, son creadas pensando en eso. Por lo mismo los dos peores momentos de la noche fueron las presentaciones junto a Chini Ayarza de Chini and the Technicians y (me llamo) Sebastián. Nada funcionó durante sus minutos. Uno sentía pena el perder un himno como ‘Al Siguiente Nivel’ en una presentación sin fuerza, o ‘El Amanecer’, otra de sus grandes canciones, en las que la sobreactuación de (me llamo) Sebastián -que funciona para sus propias interpretaciones- no casaba, de ninguna manera, con el imaginario de la Mena. Se agradece el gesto de dar paso a dos músicos que admira y que considera que puede ayudar desde su posición, pero venir de ‘Espada’ (otra canción como ‘Sol de Invierno’, que bastaría para justificar su carrera entera) y encontrarte con la floja versión de ‘El Amanecer’, rompía el ritmo casi cinematográfico de la velada.
Son detalles muy menores pero que inciden en esa idea de que todo empieza y termina en ella. Ha creado un mundo a su medida, encerrada entre sus máquinas, como lo hacía uno de sus ídolos, Nacho Cano en el que casi todo sobra. Por eso este show en el que actúa como una maestra de ceremonias, como si fuese Afrojack o Steve Aoki pinchando ante miles de personas, funciona. Casi (casi) daría igual que no cantase, que no apareciese, que fuese una performance kraftweriana, porque su universo musical lo sostiene todo. La adaptación al directo de ese universo, mucho más tosca, bruta, menos sutil que en el disco, funciona de manera autónoma.
Porque su mente musical es extraordinaria. Ella no necesita a nadie (aunque nunca reconocería eso). Uno tiene la sensación de que lo mejor está por venir (a pesar de creer que mi disco favorito es Esquemas y el que menos me gusta Otra Era). Ella es una rareza en el medio chileno. La comparación más obvia es Jorge González, por lo poderoso, atrayente y visionario de su trabajo. Aunque, musicalmente, los trabajos de Los Prisioneros no pueden compararse con los de sus referentes a diferencia de los de Javiera Mena. Si uno escucha Corazones, el de mejor acabado y lo enfrenta a, no sé, un disco de Pet Shop Boys o uno de los primeros y lo equipara a uno de The Clash, la comparación musical es muy desfavorable para el trío de San Miguel. No las canciones, pero sí el resultado de las mismas, aunque eso no impida que sean clásicos absolutos. Quizá de ahí la dificultad para traspasar fronteras que tuvieron y que ella no ha tenido (u otros coetáneos a ellos como Soda Stereo tampoco tuvieron), más allá de las épocas, circunstancias y tecnología. Con los trabajos de Javiera Mena no pasa eso, sus discos, su directo, puede hablar de tú a tú a cualquiera de cualquier parte. Da igual que sea una intérprete vocal limitada, que cuando decide bailar se la vea torpe y rígida. Nada de eso importa. Sobre un escenario su poder es comparable al de una Charlie XCX, al de unos Saint Etienne o al de Katy Perry, pero todos ellos combinados. La sensación de estar ante una estrella y ante una artista.
Javiera Mena no es Violeta Parra que inventaba de manera asombrosa, de la que es imposible deducir su creación. Ella es Jorge González, que recicla sus intereses e influencias para ofrecer arte real, creación pura. Y sería bueno tenerlo en cuenta para cuando haya que ser con ella todo lo justos que no se ha sido con Jorge González.
El bis comenzó con un recuerdo a esa Javiera Mena antes de ser la Javiera Mena más pública. Un emocionante homenaje a su padre y sus canciones favoritas que la conectaron con el mundo musical con ‘Supapilapuso’, para afrontar la recta final con ‘Quédate un ratito Más’, ‘Esa Fuerza’ y otra de las joyas de la corona de su cancionero, ‘Luz de Piedra de Luna’. Enérgica, poderosa, indicaba el camino hacia el final pasadas ya las dos intensas horas, con apenas baches. Pero, antes de dejarnos, quiso rendir el mejor homenaje posible a alguien que es un ascendente claro en su educación musical, el recientemente fallecido Juan Gabriel. Con su rostro en la pantalla triángular y sonando el ‘Noa, Noa’, el Caupolicán cantaba, bailaba y celebraba la obra de un gigante de la música en español mientras que Javiera y su equipo de talentosas mujeres recibía el merecido, ganado aplauso ininterrumpido de un público feliz, eufórico, agradecido, ante lo que había ocurrido. Una presentación histórica. El tiempo lo juzgará.
Fotos: Rosario Oddó