Durante los últimos años, el pop y algunos géneros musicales tradicionales, e incluso pasados de moda, parecen estar siendo reivindicados con frescura e inquietud dentro de las corrientes indie y la electrónica. El caso de Inglaterra es especialmente particular: el dubstep, uno de los estilos gestados en la isla de manera underground en los clubes nocturnos, ha sido sobreexplotado en su versatilidad por DJs y productores buscando la última fórmula maestra para dar en el clavo de la vanguardia. Es así como el wooble bass y los beats característicos del dubstep purista de mediados del 2000 se han encontrado, de manera pretenciosa, con el techno, el ambient y hasta con la oscuridad gótica en artistas cómo Scuba, Burial, Shackleton y Balam Acab.
Pero, sin embargo, a nadie se le había ocurrido adoptar las claves básicas del bass sound inglés (entiéndase cómo dubstep, UK garage, grime, etc), llevarlo a una estructura de canción pop y además, hacerlo encontrarse con la voz de un cantante soul romántico. Es precisamente esto lo que hace con gran calidad el veinteañero londinense James Blake, quien recibió formación académica en música popular y piano en la universidad, además de obtener este año el segundo lugar en la encuesta anual de críticos musicales “Sound Of…”, que realiza la BBC desde el 2003, buscando al mejor y nuevo talento musical británico.
Blake ya había lanzado tres grandes EPs el año pasado (“The Bells Sketch”, “CMYK” y “Klavierwerke”), cuyos singles tuvieron gran aceptación por la misma BBC y por parte de DJs locales, que comenzaron a incluir los tracks del músico en sus sets. Pero el británico se traía algo mucho mayor entre manos: su primer LP homónimo, lanzado en febrero de este año, que ya tiene a la crítica y a sus fans elevándolo al sitial de los músicos más innovadores e interesantes de los últimos años. En poco menos de 40 minutos, el disco es una apuesta aventurada y pasional, pero finamente calculada, en donde se encuentra una mixtura de lenguajes distintos tan extraña como notable.
‘Unluck’ abre el álbum en una suerte de lamento de desamor decadente, donde la vocalización adoptada de cantantes clásicos se superpone con inteligencia sobre una base de mínimos y desnudos beats, bajos y efectos. ‘The Wilhelm’s Scream’, además de ser uno de los inolvidables singles del disco, directamente pop en su estructura (aunque matizado de atmósferas y sonidos propios de la electrónica actual), posee la anécdota de estar basado en una antigua canción romántica, recurrente en la infancia de Blake y escrita por su padre (el guitarrista James Litherland). También hay espacio para la experimentación, con temas arriesgados y misteriosos cómo ‘To Care (Like You)’ y el excelente cover de Feist ‘Limit to your Love’, en el que se genera una interesante comunión entre el verseo pop, el piano tensionante y los bajos oscuros del dubstep.
James Blake toma, con soltura e inspiración, lo mejor y más característico de mundos paralelos imposibles de imaginar juntos hace un tiempo: esa electrónica casera, librepensadora y cálida, alejada del club y cercana al pop. Y a la vez, mucho de aquel pub nocturno a media luz, con humo alrededor y muchas parejas confundidas en la oscuridad mirando al solitario y enigmático cantante de turno. Ése que interpreta todas las noches con pasión, junto a un piano y un vaso de vodka, sus dolidas y anónimas melodías.