Comulgar con James Blake puede no ser tan sencillo. Para muchos, aún sabiendo que con tan sólo 25 años tuvo en cada bolsillo un aclamado disco y que hasta un Mercury Prize se llevó por Overgrown durante el 2013, sentarse frente la obra del músico conlleva cierta dificultad por apegos, afinidades o épocas, pero este año -y luego de una serie de situaciones que desordenaron la vida de Blake- el inglés se atreve a abrir a tal punto su intranquilidad mental que de pronto nos enfrentamos a un trabajo lleno de tanta honestidad que es imposible no darle una oportunidad.
Comienza una confundible línea de piano en ‘Radio Silence’, encargado de abrir The Colour In Anything, y no pensar en ‘Retrograde’ es complejo. Pero en cuanto James hace su intervención vocal entramos en su nuevo estado obsesivo, con sintetizadores agobiantes y una incomodidad amorosa que nos lleva a otro viaje tres años más tarde.
A medida que el disco sigue su largo curso por diecisiete tracks, ponerse a tono con esas frases sobre nuevas relaciones, la madurez, el dejarse llevar y el desprenderse de los rasgos más ansiosos y compulsivos se hace cada vez más real y sensible. James Blake presenta su naturaleza abiertamente, con guiños a su término con una integrante de Warpaint incluidos, y es complejo no tomar la posibilidad de estar por 70 minutos dentro de la cabeza del hombre que decidió dejar de ser un buen productor de sus amigos electrónicos y se armó de los altos y bajos de su vida para convertirse en un artista íntegro y con olfato.
Cuando ‘Waves Know Shores’’ le da la bienvenida al segundo tercio del disco, el ente inquieto que se desempeña como letrista, cantante, compositor y productor queda al descubierto en su faceta más sensible, sin alardear lo talentoso que es, sin transformar la crisis del tercer disco en una nebulosa de featurings aplastantes. Para este punto ya suena ‘I Need A Forest Fire’, el track que comparte junto a Bon Iver, y la colaboración es tan sencilla y compleja como toda la placa. Redonda y natural.
“No quiero ser uno de esos artistas que se encierran en un estado constante de ansiedad y depresión para sacar música de eso”, le dijo alguna vez a Pitchfork, y The Colour in Anything es la mejor muestra de que salió por un poco de aire y naturaleza, algo tan necesario para un pequeño genio que en sus estados más oscuros alcanza sus puntos más profundos, esos que nos dejó disfrutar como nunca antes lo había hecho, bajando las barreras de la prolijidad extrema y el tecnicismo lejano.
Esta entrega de Blake le da una patada en la espalda al músico de CMYK y lo obliga a salir a enfrentar lo que pasa en su mente, a pedir color, y entender que cuando el fuego haya arrasado con todo el bosque, otro sueño va a llegar. Cinco años más tarde, con mucha más experiencia, con el talento y la elegancia sonora de siempre.
Un poco de trip-hop, una esencia épica que no estaba tan presente en entregas anteriores, sonidos del soul más bailable que tratan de sobrevivir, ritmos del post-dubstep, electrónica etérea, quiebres, comienzos, Londres, Los Ángeles, depresión y resurrección hacen su parte en este nuevo álbum. A primera vista puede parecer confuso, pero el músico se encarga de que no sea más que un largo relato sobre las penas y alegrías de un cercano, y con paciencia es bastante disfrutable. En esta pasada, comulgar con James Blake es un poco más sencillo.