“¿Qué hubiera pasado si a esto se le hubiera permitido un asiento en la mesa? ¿Cuánta diferencia habría hecho eso en mi vida?”
Fue lo que se preguntó Ahmir “Questlove” Thompson cuando se le presentó la posibilidad de dirigir un documental sobre un festival del que nunca había escuchado. El evento en cuestión era el Festival Cultural de Harlem que se realizó en 1969 en la ciudad estadounidense del mismo nombre, del cual se tenían aproximadamente 40 horas de archivo audiovisual que por más de medio siglo había estado apilado en el sótano de un productor.
Con esta introducción, uno podría imaginar que el Festival Cultural de Harlem pasó sin pena ni gloria, a diferencia de su homólogo, el Festival de Música y Arte de Woodstock, cuya trascendencia es reconocida hasta el día de hoy por músicos, periodistas y papás de todo el mundo. Pero la verdad es que en Harlem las cosas estuvieron lejos de ser intrascendentes. En él se presentaron artistas de la talla de Stevie Wonder, Mahalia Jackson, Nina Simone, The 5th Dimension, The Staple Singers, Gladys Knight & the Pips, Mavis Staples, Blinky Williams, Sly and the Family Stone, y The Chambers Brothers, entre otros, todos artistas reconocidos y en un buen momento de sus carreras.
El festival no solo fue altamente concurrido sino que implicó el involucramiento de parte importante de la ciudadanía. Mientras los más jóvenes se acercaban en masa con sus mejores atuendos atraídos por la novedad, los mayores aprovecharon la oportunidad de vender comidas y bebidas. Hasta las Panteras Negras, el conocido partido revolucionario, marcó presencia asistiendo en función de guardar la seguridad del lugar para el disfrute de la comunidad. Y es que construir comunidad -un concepto tan alejado el día de hoy que el documental hace bien en recordarlo- era un objetivo principal del festival. Imagínate ir a un festival solo, sentarte y hacerte amigo de la persona junto a ti, haciendo de una experiencia personal un goce colectivo. En el 2022 parece imposible, pero en el Harlem de 1969 era la única forma de asegurar la sobreviviencia.
El documental no pretende hacer el quite -es más, lo enfrenta- al hecho de que la invisibilizacion de este festival se debe en gran medida al racismo que integra a la sociedad estadounidense desde su fundación, donde cualquiera que no sea blanco pasa a ser ciudadano de segunda clase. Están incluidos, por ejemplo, sucesos como la llegada del hombre a la luna, un evento que tuvo lugar durante el mismo año y que algunos asistentes consideraban como un logro irrelevante mientras la gente siguiera necesitando tener viviendas dignas y comida (lo que perfectamente podría ser financiado en vez de la carrera espacial).
El archivo es extenso y fascinante. Questlove, como buen baterista, sabe ponerle ritmo y tiempo a la narración que entre la critica nunca se pierde del verdadero objetivo: darle al Festival Cultural de Harlem el espacio que merecía por derecho propio. Un material que ahora que existe puede ayudar a los más jóvenes a entender que hubo un espacio y un tiempo donde se valoró ser ‘young gifted and black’ y que siempre puede volver a ser su momento.