Gris Castigado es una banda que circula de manera paralela por los espacios del ruido y la canción, haciendo un uso de la estridencia de manera convincente. Sus canciones pueden sonar directas y evidentes, pero hay algo que te dice que el todo es más que la suma, que a pesar de la estructura básica de guitarras, voces, bajo y batería, hay una intención, entre desazón, desesperanza y culpa que van mas allá de lo etimológico. Son parte de Cisternabizarra, un sello-colectivo con más de diez años de ruedo y cuna de nombres relevantes del under post dos mil (para muestra, el compilado de hace años disponible en su Soundcloud). Con un disco a cuestas, presentaban una noche de domingo su nuevo maxi-single, compuesto de tres temas, evidencia de lo expresado mas arriba.
La tocata había sido anunciada para las once de la noche. Llego quince minutos tarde, y las puertas aún no se abren. Es algo muy común en las presentaciones (o tocatas, o fechas, siempre hay una palabra preferida), que no es exclusivo de Santiago ni de algún tipo de gente especifica; es parte de un conocimiento implícito. Siempre todo se atrasa por alguna razón, y la otra gran guinda: llegar quince minutos tarde es llegar a la hora. Me considero parte del problema, en la fase de autoevaluación y detección del asunto a tratar. No hay mucho que hacer al respecto si no se procura desde las mismas bandas y locales, aunque nunca ha afectado en realidad el funcionamiento de las mismas. La última vez que me ocurrió en una tocata en la cual me correspondía tocar, lo sentí principalmente por la gente que había llegado a tiempo y llevaba hora y media sentada esperando que empezara todo. Pero bueno.
La primera banda en salir a escena fue Amarga Marga, pasadas las doce de la noche. Con un sonido que hace veinte años la habría roto, aún siguen siendo una apuesta interesante. Sus presentaciones han aumentado paulatinamente la autoconfianza del combo musical (eso percibo yo, al menos), aunque aún es difícil determinar si eso será bueno o malo, pues es esa mezcla entre candidez y urgencia de algunas de sus composiciones lo que les da la ventaja por sobre una banda del montón. Desplegaron sus guitarras bien entonadas y su ritmo que le debe en partes iguales al indie y a la canción pop. Con un repertorio amable, ingenuo y sentido, se dejaron corear por un puñado de gente que conocía sus canciones y lograron despegar la noche. Algunas dificultades técnicas relacionadas a la batería retrasaron las cosas, pero a esas alturas daba lo mismo. Ya estábamos dentro y la noche era nuestra amiga.
Los siguientes en subir al escenario fueron Pirómanos del Ritmo. Estos seres enmascarados comenzaron a la 1:50 am con una estampida salvaje, que hizo que la gente inundara la pista de baile a punta de hardcore rudo y demencial. La media hora que estos muchachos tocaron se sintió en el ambiente. Mención aparte merece el llamado de atención del vocalista luego de un Mosh Pit medio descontrolado: “cabros, moderémonos, si aquí la cosa es pasarlo bien, que bailen todos, no es la idea hacerse daño, que sea una hueá para todos, inclusiva”. Esto, dicho con posterioridad a una alarma de mocha entre un par de asistentes, producto del contacto físico del baile. Los diez minutos finales fueron adrenalina compartida. Puede que no llegue a mi casa a escucharlos, pero sin duda alguna disfruté este momento, al punto de sólo poder comunicarme entre mis pares asintiendo con la cabeza respecto de lo que estábamos contemplando, mientras los pies seguían el ritmo.
A las dos con cuarenta suben a la tarima los anfitriones. A punto de cumplir cuatro años, y con una más que competente parrilla de composiciones, suben bandera con uno de los temas de su EP, Cementerio Lunar: ‘Pastillas’. Arrancan con fuerza, como si la energía que dejó Pirómanos nunca se hubiera esparcido. Horacio, el bajista, toca junto al público, bajo el escenario, salta y se mueve en ocasiones como si quisiera llegar al centro de la tierra, mientras el batero Alfonso orquesta esta maniobra a punta de golpes certeros. Los asistentes bailan como buenos dementes. Entre canción y canción, traté de sacar el rollo a Gris Castigado. La música que suena contiene algo del desencanto de los noventas, cuando se pensaba que en el dos mil se acababa el mundo, pero que tiene que ver con otra idea: el hecho de que el mundo continuara no mejora nada, sino que lo hace todo más insoportable. Puedo estar también completamente equivocado. Todos podemos estarlo. Lo único claro que se distingue en el aire es lo filoso de las guitarras.
En conjunto, tocan todo su primer EP y cierran con los temas de su nuevo maxi: ‘Los Cometas’, ‘Pura Basura’ y ‘Mente Subterránea’, intercalado todo con tres temas nuevos: ‘Maniquí’, ‘Lejos’ y ‘Ramón’. Dimi y Antonia cantan y gritan donde deben hacerlo, pero se nota lamentablemente la falta de monitores, lo que aún así no merma la energía con la que aplastan el recinto.
Una parte importante del público son músicos anteriores a lo que ahora nos tiene muy atentos, esta nueva música citadina de guitarras. Una generación que puede haber pasado desapercibida para el público más joven, ávido de referentes más cercanos y menos cuadrados al temido “despertar-trabajar-dormir”, o de músicas más asequibles en lo auditivo. Un grupo de gente que, antes de que a nadie se le ocurriera hacer tocatas en casas con parrones o en patios traseros, ya aturdían a los vecinos. Los mismos Gris Castigado pertenecen a un grupo de gente que no ha parado de generar música que recrea esta ciudad, en una suerte de telaraña espiritual que se hila desde más allá de la circunvalación. Un puñado de músicos menos jóvenes, muchos por sobre los treinta años, ya abanderados del acceso libre a la información, sin mucho apego a los formatos, pero tampoco sin respeto a los mismos, luchando por mantener su cordura y no abandonar lo que le da sentido a todo, que es crear y pararse de pie frente a la gente, y dar no lo que te piden, sino lo que tú quieres dar.
La tocata termina a las tres y media. Un poco desorbitado y con los oídos cansados, tomamos un taxi. En mi cabeza, la música sigue.