Los británicos tuvieron su debut en nuestra capital este miércoles 17 en el Club Subterráneo, donde presentaron los mejores temas de su acotado pero excelente catálogo, instancia en la que además tuvieron la oportunidad de recordarnos que en la variedad está el gusto y, por qué no, la unidad.
Tal vez era inevitable, pero el fin de la pandemia trajo consigo una sobrecogedora oferta de festivales internacionales y giras apoteósicas, que nos tuvieron, por primera vez en mucho tiempo, teniendo que elegir con cuál nos tendríamos que endeudar. Y entre tantas visuales hipnóticas, pasos de baile descollantes y diseño de producción nivel arquitectónico, pareciera que se nos olvidó cómo funcionaba la tocata nocturna, el club bajo tierra o el escenario íntimo. Anoche Dry Cleaning nos puso humildes, nos recordó de dónde venimos y sobre todo, a dónde vamos.
Así fue el debut de los londinenses quiénes, precedidos por un sólido set de Dj Suplente, se subieron al escenario del Club Subterráneo comprometidos con los personajes que iban a interpretar, un recuerdo de que cuando de performance se trata no todo es juegos de luces. Las cosas se pusieron serias cuando comenzaron a tocar y, al ritmo de ‘Viking Hair’, el espacio entre ellos se volvía indivisible.
Esta evidente intencionalidad claustrofóbica no hacía más que corroborar el ethos de la banda, cuya intimidad era latente, tal vez no en su comportamiento, pero sí en su interpretación. Así es como la vocalista, Florence Shaw, parecía estar embelesada en una especia de slam poetry, el bajista, Lewis Maynard, se encontraba en pleno Valhalla metalero, el guitarrista, Tom Dowse, gozaba del mejor rave de su vida y el baterista, Nick Buxton, disfrutaba de una amena jornada con café y jazz.
El resultado podría haber sido catastrófico… o eso es lo que pensaría alguien que no ha escuchado nunca de ellos, porque cuando estás al tanto de un trabajo del nivel de Stumpwork (2022) sabes que estarás en buenas manos. A penas sonaban los primeros acordes de ‘Gary Ashby’ y supimos que todo andaría bien.
Los británicos no solo cumplieron estas expectativas sino que subieron la apuesta, recordándonos por qué menos es más, por qué la calidad no depende necesariamente de una puesta en escena fascinante, que un gran show no necesita siquiera que la frontwoman se mueva más del metro cuadrado en el que ella misma se encerró y que, por sobre todo, la intensidad está en los detalles. Al final de la noche, parecía que cada uno de los integrantes de la banda estuviera en su propia fiesta, pero al centro de ellos había otra fiesta, una que nosotros no vimos, pero que sí escuchamos. Ese es el fenómeno Dry Cleaning.
Cada tanto nos reímos de esto pero el 2017 Bad Bunny vino a Chile y se presentó en lugares tan improbables como un gimnasio en Temuco y una medialuna en Rancagua, para luego volver el 2022 a llenar dos Estadios Nacionales. Hoy, estos pequeños pero intensos conciertos nos recuerdan de las posibilidades que trae consigo una banda tan inusual como Dry Cleaning, quienes bien en unos años podrían estar en el cartel de uno de estos festivales que tanto nos llaman en estos días. Solo esperamos que no pierdan la identidad que tanto nos robó el corazón anoche.