Una crisis social, una crisis sanitaria, una recesión económica y la incertidumbre de un país como el que habitamos. Volver al ruedo de los shows en vivo parece ser una misión compleja para todos los agentes que participan en este ecosistema: las productoras lo tienen difícil consiguiendo lugares, los bookeadores lo tiene difícil consiguiendo fechas, los artistas lo tienen difícil llevando a cabo estas fechas, los asistentes aún más: el gasto energético y monetario que significa retomar el esparcimiento es totalmente desafiante.
Con un panorama mundial en el que el indie, el pop, y el rock dan aletazos tratando de retomar alguna pizca de equilibro que se tuvo pre covid, hay carriles paralelos donde la historia ha sabido funcionar a su manera, y mientras bandas locales e internacionales posponen conciertos y giras, hay escenas como el urbano o las corrientes orientales donde cada concierto parece una oportunidad de vida o muerte.
Los Estadios Nacionales agotados en nombre de Daddy Yankee o Bad Bunny -y la certeza de saber que cada fecha extra que se libere es un sold out a ojos cerrados- se sientan a almorzar en la misma mesa que el concierto que se vivió el pasado 18 de octubre en el Teatro Caupolicán.
DPR, colectivo de R&B y pop coreano compuesto en sus primeras filas por DPR LIVE, DPR CREAM Y DPR IAN, debutó en nuestro país con un recinto agotado en diez minutos, repleto hasta su última butaca en platea alta y en medio de una fecha desafiante para cualquier número cultural.
No es un fenómeno novedoso. Está el factor de saber que volver a tener la oportunidad de ir a un concierto de artistas que habitan, literalmente, al otro lado del mundo es más complejo que la fila virtual y la entrada a cuotas. Está la euforia que siempre ha acompañado a espectáculos en los que la persona sobre la tarima alcanza más condición de ídolo que de músico. Y aún así fue impactante de ver y sentir.
Si por un lado estuvo la constante contradicción de estar disfrutando, en pleno San Diego, de un espectáculo sumamente alejado a los criterios de nuestra realidad reciente y sus consecuencias políticas sociales, también estuvo el atisbo de ilusión de saber que reencontrarnos post estallido y pandemia no es tan un borrón y cuenta nueva, no funciona como un reencuentro en medio del 2018.
Estamos parecidos y parecidas, y seguimos revolcándonos en el júbilo fugaz que nos permite este ajetreado capitalismo cultural, pero nuestros conceptos de comunidad, sobre todo en generaciones más jóvenes, parecieran haber sido mermados para siempre, aunque se sienta como un impacto silencioso: la persona que tienes al lado no es tu enemigo ni competencia, más bien es el aliado perfecto para que la audiencia se desplace de masa dispersa y confundida a ser el componente detonante de una velada inolvidable. Como un todo que, por fin, recibe lo que se le ofrece.
Con recuerdos frescos de festivales norteamericanos donde las masas cobran vidas, el Teatro Caupolicán se encargó con gritos y consignas de que el respeto por el espacio fuera el protagonista de la jornada. Con asistencias de agua, ventiladores portátiles y chocolates para la fatiga de la espera decorando las ubicaciones, el productor cabecilla de DPR, DPR CREAM, abrió un show que funciona por bloques, donde cada uno tiene la oportunidad de desplegar sus distintos éxitos y estrenos.
Lo suyo sirve de warm up, ideal para darnos pizcas de los estilos musicales por los que se han paseado en estos cinco años de carrera. Lo que pasa después es un tobogán de performance, euforia, participación y colaboración que terminan de dar por pagada la inversión -en todos sus niveles-.
DPR LIVE tarda más que la masa en aclimatarse; el griterío y la preocupación por las primeras filas hacen que el show, cargado a sonidos fiesteros y bailables, tome unas buenas primeras canciones para despegar.
Como buen representante del género, la interacción y jugueteo con la audiencia hace que el desplante vocal quede relegado a pedidas de coro y saludos afectuosos. Minimal en su escenografía pero capaz de llenar el espacio con karaokes colectivos como ‘Neon’, ‘Laputa’, ‘Venus’, ‘Kiss Me’, ‘Jasmine’, ‘Jam & Butterfly’, ‘Yellow Cab’, ‘Summer Tights’, ‘Text Me’, ‘Hula Hoops’ y ‘Martini Blue’.
Como decíamos antes, lograr ver a tus artistas favoritos del otro lado del mundo, en 3D y no en una pantalla, parece algo de vida o muerte. Hace que no se trate de ir a escuchar la canción que te gusta. Todas te gustan. Todas sonaron a single del momento, a canción de la primavera, a himno generacional, al éxito más dedicado del año. Es en el último tramo donde esto se confirma: pelucas rosadas decoran la cancha para entonar ‘Yellow Cab’ y el cansancio de cancha se esfuma mientras se encuentra con el anhelo de cercanía de las plateas. De esto se habla cuando sacan a colación el griterío latinoamericano.
DPR IAN es un poco otra historia. El único nacido fuera de Corea del Sur, pero con residencia en el país asiático, se aleja de la discoteca para darnos una performance psicológica enmarcada en su nuevo disco Moodswings In To Order, placa que le permitió colarse en medios como NME o Rolling Stone como un exponente a considerar en la escena mundial. MITO mantiene el foco en él, como ha sido la tónica de su trayecto: hombre atractivo y teatral capaz de sentir y reflexionar al respecto. Suena a lugar común, probablemente lo es, y aún así es un concierto hipnótico donde la sensualidad sonora y estética cruza con los rincones rugosos de una cabeza ajetreada y al borde.
El discurso respecto al cuidado mental, a la importancia del refuerzo positivo personal y el encontrarnos valor incluso en medio de esa ardua tempestad que son las depresiones, ansiedades y angustias, acompañan un setlist que tiene danza, maquillaje, capas de ropa, máscaras, telares y juegos de luces. Mucho más sobrio en su interacción que LIVE, el artista toma todos los espacios que puede para dar luces de sus talentos vocales y coreográficos. Tracks del último álbum se cruzaron con entregas pasadas como ‘So Beautiful’, ‘Dope Lovers’, ‘Scaredy Cat’ y ‘Nerves’ para un show de esos que se quedan atascados en tu cabeza durante buenas semanas.
Parece un juego justo. En pleno 18 de octubre, luego de vivir con la ilusión tirada por tierra tras resultados democráticos, las reglas liberales se sienten vivas y nos dan lo que prometen. El capitalismo cultural hace lo suyo y cumple. El intercambio está completo: tú me das y yo te doy.
Suena al mínimo, pero estamos acostumbrados a que ni la vara más baja se alcance. Conciertos sin agua, festivales sin sombra, atrasos y disposiciones de tiempo que no tienen disculpa, y bajas y reemplazos de artistas que terminan dejando el resultado final en algo muy distinto a lo prometido, son la norma. No aquí.
La noche cierra con los integrantes del colectivo en escena mientras el himno DPR suena. ‘To Myself’ parece una arenga en la que el nombre de la agrupación es un mantra fiestero. El debut de DPR en Chile cumplió. Un concierto a la hora, una producción, a cargo de Urimusic, capaz de asistir la fatiga, la posibilidad de encuentros previos para conversación y fotos con los artistas, y una cartera de éxitos que estuvo a la altura de toda la inversión que significa ser parte de los eventos en vivo hoy en día. La espera virtual, el gasto monetario, las horas en la fila, el cansancio de la cancha, la preparación previa de props, discos físicos que se siguen comprando, agruparse con las amigas para la llegada y la salida.
El ritual de consumir espectáculos en su peak y con un producto de primer nivel. Mientras nos seguimos revolcando en la frustración de no poder escapar de este paraíso adicto al capital, en medio de un nuevo 18 de octubre, sonreímos ante el intercambio justo. ¿Esa era la promesa del liberalismo, no?
Foto de portada por Paulina Kim para Urimusic.