“Me congelé para verlos pasar, pero no sé cómo volver”, canta Corderolobo en ‘Congelados’, la tercera pista de las ocho que contiene su homónimo estreno en sociedad, cuyo séptimo surco (‘Desarmado’) asegura que “mientras haya música, habrá que bailar”. Es como si hablara sobre sí mismo, de su permanencia entre compases, ritmos, melodías y armonías tras ver claudicar a muchos compañeros de ruta que optaron por una vida estable. Porque Corderolobo no es más que Carlos Vargas, ejecutor de casi todos los instrumentos que suenan en su debut solitario, pero conocido primero como guitarrista y cantante de Yupisatam, banda que en sus diez años de vida (1997 – 2007) siempre estuvo a punto de conseguir más notoriedad de la que finalmente gozó.
Dos ex miembros de Jirafa Ardiendo son los únicos músicos invitados a este registro, aunque con disímiles niveles de protagonismo. Nicolás Moreno (Rojo Cinco 3 Veces) actuó en calidad de productor, bajista y batero; mientras Arturo Rodríguez (Rodriguistas) figura como responsable del piano de ‘Mas’, deudor hasta la eternidad de Claudio Parra de Los Jaivas. Es que el álbum de Corderolobo es –en el mejor sentido de la expresión- un amigo de lo ajeno, que toma prestado para contemplar, transformar y devolver. Por eso, en la canción ‘Comino’, Vargas samplea ‘Que Onda Guero’ de Beck, artista con el que se identifica por su asimilación de confesas influencias, procesadas todas con creatividad y sin complejos.
Justamente de esa clase de inventiva vive Corderolobo, bajo ningún punto de vista un virtuoso instrumentista, pero sí un cantautor inteligente a la hora de disponer sus ideas y defenderlas, ya sea con guitarra eléctrica o charango en las manos. ‘Lo Que Veías Venir’ suena al Gepe de “Gepinto”, así como ‘Desarmado’ a los temas rabiosos de “El Resplandor” de Carlos Cabezas, aunque –más que una imitación- las semejanzas son síntomas del ejercicio de estilo que Vargas establece a lo largo del disco; un peregrinaje hacia el auténtico sentido de ese maltrecho rótulo que es la canción de autor: ser personal y espontánea. Y la paradoja de encontrarse a uno mismo es que, por necesidad, debe ocurrir a través de otros.