La semana pasada, varios periodistas y socialités web que juegan a reportear en redes sociales –hombres todos- hacían gala de su sexismo, comentando el aspecto de las integrantes de Warpaint como viejos verdes, en vez de fijarse en el intrincado trabajo sónico del cuarteto. Se equivocaron de show. O quizás de oficio. En fin, si la idea es presenciar un concierto en el que cuerpo y atractivo femenino efectivamente estén relacionados con la música, el concepto detrás y la puesta escena de un grupo, hay que ver a Sade en vivo.
Sade Adu, la cantante, emerge desde el fondo del escenario del Movistar Arena, dispuesta a partir del primer minuto a conseguir que todos –sin distinción de géneros- se enamoren de ella. Su voz es el arma de seducción definitiva. Una voz que también es carne y que se viste con el velo instrumental diseñado por ocho hábiles músicos que rotan dependiendo de la necesidad. El grupo es buen sastre y despliega su categoría (como en ‘Your Love Is King’, ‘No Ordinary Love’ o la pegada de ‘Paradise’ con ‘Nothing Can Come Between Us’), pero la tela que usa es delgada y transparente: está hecha para dejar que se trasluzca la desnudez que envuelve.
Todas las miradas, por el resto del espectáculo, quedan fijas en la vocalista. Sade, la banda, llega a Chile en el marco de su primera gira en una década, motivada por su último disco, el exitoso “Soldier of Love” (2010). Como pocas veces ocurre, tenemos acá a un ícono de los ’80 que ha perdurado en el tiempo con la misma elegancia y distinción que proyectan sus canciones, a base de escasos álbumes (tres en 23 años); pocos, pero irresistibles acercamientos en un cortejo incesante, aunque prudente y apto para todo espectador.
La corporalidad en la música de Sade se experimenta visual y sensorialmente. También se traduce por esas vías. Aunque el recinto está dispuesto para que el público esté sentado, la gente en sus sillas siente el llamado a moverse mientras Adu hace lo propio sobre el escenario y fluye con el grupo en ‘Smooth Operator’ y ‘The Sweetest Taboo’. Se trata de cadencia. Desde las estupendas imágenes proyectadas en la pantalla gigante (‘Kiss of Life’), hasta los ensayadísimos pasos de baile (‘Love Is Found’), hay un claro llamado a no permanecer estático.
Los pasajes más lentos, como ‘Jezebel’ o ‘Pearls’ (en los que la voz gana en forma, textura y profundidad), dejan caer el velo y muestran a la completísima frontwoman en su esplendor. Finalmente, no es necesario tanto desplazamiento para entrar en su danza. Además, a la altura de los últimos temas –un tanto más lentos-, la británico-nigeriana ya tiene a la totalidad de la audiencia rendida a sus pies. Enamorada. Misión cumplida. Es que con esta banda, como dice ‘The Sweetest Taboo’, “todos los días son navidad y todas las noches son víspera de año nuevo”.