Miércoles 7 de novie
mbre, Movistar Arena, Santiago
Fotos por M.W.
Cuando el vocalista de una de las bandas esenciales de la historia del rock anuncia visita a Chile, no hay cliché que baste. Pero cuando esa visita está amparada no en la nostalgia, sino en una producción creativa que le ha sumado laureles a diestra y siniestra durante la última década, los lugares comunes se hacen a un lado y dan paso a la curiosidad, la ansiedad y, por qué no, al misterio también. Y es que no importaba cuántos videos o setlists se revisaran en línea: la única forma de saber a ciencia cierta qué se traía entre manos Robert Plant era ir a presenciar su liturgia al Movistar Arena.
El plato de entrada no podía ser otro que Los Jaivas. No sólo por una cuestión de mera antigüedad, ni por la afortunada coincidencia de que esta apertura es sólo una de las muchas paradas que tiene la celebración de su quincuagésimo aniversario. Era la combinación perfecta. Cualquiera que conozca la historia de la banda oriunda de la V Región sabe que a lo largo de su carrera han combinado la sicodelia de sus inicios con el rock más clásico, manteniendo siempre un nexo con el folclore en una mescolanza que nunca ha perdido frescura. Y sí, hubo de lo esperado con ‘Todos Juntos’ o ‘Sube a Nacer Conmigo Hermano’, pero fue con ‘La Poderosa Muerte’ y su versión de ‘Arauco Tiene una Pena’ (sí, la de Violeta Parra) que convencieron hasta al más escéptico de su derecho a estar ahí. Un show breve, pero contundente. De lujo. Y era sólo el principio.
Luego vino la espera, los silbidos habituales y todas esas cosas a las que uno ya está acostumbrado. Detalles que molestan en su momento y se olvidan rápido apenas se apagan las luces. Qué sentido tenía perderse en minucias ante la presencia del Dios Dorado y la banda que lo acompañaba en esta vuelta, los Sensational Space Shifters, una versión 2.0 de su mayor acierto desde el fin de Led Zeppelin: The Strange Sensation. Y esto no es una observación casual, sino el detalle fundamental para entender el set que se pudo escuchar en el reducto del Parque O’Higgins.
Y es que el listado tuvo como eje central dos puntos. Uno, el repaso en vivo de “Mighty Rearranger” (2005), un álbum excepcional que en vivo no decepcionó, y cuya selección tuvo en ‘Another Tribe’ y ‘All the King’s Horses’ dos joyas que brillaron con luces propias. Una apuesta segura, no en base a popularidad pero sí en cuanto a solidez y calidad. Era en el segundo pilar de este show donde estaba la incertidumbre: en la relectura de algunos cortes del catálogo de Zeppelin, no en mera repetición, sino que estilizados en algunos casos y derechamente transformados en otros.
Así, por ejemplo, al público le fue mucho más fácil reconocer una ‘Rock and Roll’ respetuosa de su original que una ‘Black Dog’ extendida y mutada con evidentes influencias orientales. Sonaron también ‘Ramble On’, ‘Bron-Y-Aur-Stomp’ y un arranque de sinceridad en la mezcla de ‘Whole Lotta Love’ (irreconocible a momentos) con ‘You Need Love’, original de Muddy Waters y Willie Dixon, la canción que el cuarteto británico robó con dolo y alevosía para componer uno de sus himnos fundamentales.
Y quizás, en ese detalle está la esencia del todo que se presentó ante miles de ojos y oídos extasiados en esa noche de miércoles. No en el tributo necesario a una influencia innegable, sino en que Robert Plant está tan seguro, cómodo y confiado de (y con) la música que presenta en vivo y que ha grabado en estudio durante los últimos diez años, que puede incluír detalles así como si fuera lo más normal. Y lo es. Para él. Antes y después del concierto, era Plant quien tocaba en Chile. Pero desde el comienzo y hasta el fin de su set, fue el público, todos y cada uno de los espectadores, quienes tuvieron la oportunidad de poner pie y ser parte por unos minutos del mundo del Dios Dorado. Y quien haya estado ahí sabe, sin lugar a dudas, que fue un privilegio.