Cuento viejo es que uno no va a un show en vivo a encontrarse con lo mismo que escucha en un disco. Rarísima vez pasa eso. Pero lo de este jueves 15 en Industria Cultural llevó este concepto a un terreno completamente distinto. Sí, era una fiesta y el ánimo general era acorde, pero eso poco le importó a Guillermo Scott Herren, otro hijo de la globalización que aterrizó en nuestro suelo bajo el nombre de Prefuse 73. Uno que llegó con su fórmula absolutamente clara: sintetizadores, gritos, distorsión y beats, sin sutilezas y generoso en saturación. ¿Música de fiesta? No mucho. Más bien, un atentado a la misma.
Es probable que varios de los presentes hubieran preferido una advertencia previa. Y es que muchos no estaban preparados para lo que se encontraron arriba del escenario: un tipo que tocaba sin preocuparse por nimiedades como estructuras de versos y coros, ni que se delineara cuando empezaba un tema o terminaba otro. Prefuse 73 se secundó por Ryan Rasheed mientras lanzaba, una tras otra y en seguidilla, pistas que hacían vibrar las entrañas de cada espectador en el lugar (que lo quisieran o no era anecdótico, el volumen y los bajos no daban lugar a otra opción).
Colapso sonoro, ésa fue la consigna. Un halo envolvente de ruidosa electrónica que podía ser hipnótico o tortuoso, sólo dependiendo de su receptor. Porque al autor del mismo, en realidad, aquello no le importaba demasiado. Lo suyo era atronar, no musicalizar. ¿Celebrar? Quizás, pero su motivo no era el aniversario de un sello. Su fiesta personal era el estar ahí arriba, una vez más, una como tantas, saliéndose con la suya. En esa fiesta, bailar es opcional.