Foto por Woki Comunicaciones
En ningún momento se trató de una generación perdida, ni de un vacío histórico pagable a precio de refrito. La extensa retirada de Los Tetas para algunos significó un antecedente en cuanto a las posibilidades desperdiciadas que entreveía poseer el género que cultivaban, y que aquel hecho -de paso- evidenciaba el fracaso de todo un conjunto de músicos que alcanzaron a vivir cierta bonanza en plena meseta de los noventa. Pero la verdad es que por lo menos el funk nunca estuvo muerto. Y que alguien se atreva a decir lo contrario. La reunión pactada para el miércoles por la noche en el Teatro Caupolicán significó una bofetada a los hijos del a priori, y al arrastre nos legó uno de los momentos de mayor altura que el 2011 pudo permitir a nivel de shows en vivo.
El nerviosismo inicial era esperable y evidente. Eso sí, nunca al punto de perder la sobriedad e incomodar el curso natural de la presentación, pero ya a la segunda canción surgían las personalidades que cada uno de los integrantes de la banda labraba. Rulo era el más cómodo, el que se notaba más contento encima de la ola. Su fluidez hacía notar su maestría en el bajo, claramente por sobre sus compañeros. Pepino saltaba sobre la batería y no fallaba ningún ritmo, Felo Foncea (De Kiruza, Dracma) acompañó a la formación seminal en esta nueva etapa aportando una tonelada en construir melodías que complementaran la sincopada y sólida guitarra de C-Funk, el más contenido al inicio de la fiesta. Tea Time por su parte, deambulaba en su clásico y espontáneo estilo, acertando en todos sus repasos y quebrando la estructura establecida. Eso fue sólo el comienzo.
La justa anunciaba un espectáculo largo, que suponía el repaso del grueso de la discografía, lo cual hacia evidente que la magia no tardaría mucho en aparecer. Ya a la media hora el fiato del ensamble dejo escapar momentos de pura frescura y celebración. Notables y emotivas fueron las interpretaciones de ‘Papi… dónde está el funk?’, ‘La Risa del Diablo’, ‘La Medicina’ y ‘Marihuana Funk’, por nombrar algunas de las grandes canciones que no podían faltar en esta reunión y que los hicieron tan sonados. El Teatro Caupolicán estaba lleno a dar tabla, a pesar del alto precio de los pases. Se confirmaba entonces lo histórico del momento: un público absolutamente fanático y conocedor de todo el repertorio, entregado y eufórico; una producción de primer nivel, y una banda con creces a la altura del desafío, absolutamente cómplices entre sí, honestamente alegres por la instancia.
Para el bis reservaron ‘Hormigas Planas’, ‘Corazón de Sandía’ y ‘Cha Cha Cha’. A esa altura todas las deudas estaban saldadas. No hubo nada que asomara como reprochable. Tal vez las colaboraciones vocales de Boomer, Chico Claudio y Juan Sativo –salvo la doble intervención de Ana Tijoux- no estuvieron todo el tiempo en la misma frecuencia, culpa en parte de un cuarto micrófono caprichoso que logró sonrojar un par de veces al de la mesa de sonido. El resto no tiene magulladura, fue candoroso y emocionante, y se vivió desde el recuerdo, pero con el gusto de que los años han sabido ser muy benevolentes con la música de Los Tetas, que hoy se muestra totalmente lozana, frontal y vigente. Ellos prometieron continuidad; después de lo visto, esperamos con ansias sus nuevas luces.