Era un sábado para tiritar, Santiago se recuperaba de un viernes lluvioso y Javiera Mena avisaba a última hora que no podría presentarse, debido a un accidente. Pero no importó. Jens Lekman, desde la altura de un escenario que se podía apreciar en cualquier rincón de Industria Cultural, estaba listo para cobijar a todos los asistentes en un manto de meloso pop. Acompañado de su guitarra, un ocasional pandero y de Viktor Sjöberg en el laptop; el sueco dio pie a un show cálido y cercano. Ni siquiera su termostato nórdico impidió que empezara el concierto usando un chaleco y una bufanda, pero -a medida que avanzaba la noche- el calor humano hizo que terminara en camisa. Un detalle no menor, que habla sobre el ambiente que él mismo logró generar.
Jens Lekman dio cátedra sobre cómo un puñado de buenas canciones, un montón de mariposas de papel pegadas en la pared y el carisma de un tipo sencillo pueden crear la onda necesaria para cautivar a un público cuyas ansias se redoblaron por la ausencia de la telonera. Hizo de todo: invitó a la gente a corear sus temas, cantó de rodillas y hasta realizó sutiles bailes que denotaban que su falta de soltura se suplía con entusiasmo. Dio lo mismo que fuera uno de los príncipes del actual panorama musical europeo, lo que presentó Lekman en nuestro país fue casi como ver tocar a un amigo. Y eso es algo que solamente los grandes pueden lograr.