Fotos por Felipe Fontecilla
Si lo de ayer fuera la secuencia final de una película, ésta debería llamarse “Trece Años Después”. Sería una cinta de ésas con complejo de montaña rusa, con multitud de ires y venires. El 16 de octubre de 1997, una banda en su mejor momento repletó el Teatro Caupolicán en medio del éxito mundial de su “Travelling Without Moving” (1996), un disco que terminó de consagrar a una agrupación que se había tomado radios y pistas de baile a lo largo y ancho del planeta. Todo un fenómeno, sustentado en un tremendo show en vivo, en el carisma de su vocalista, Jason Kay, y en la estupenda sociedad creativa que era el triunvirato entre Toby Smith (teclados), Stuart Zender (bajo) y el propio Kay.
Apenas unos meses después de esa fiesta que se tomó Santiago de Chile, Zender renunció. Y después, pasó de todo. Trabajos que se retrasaron más de un año, originales que fueron borrados de la faz de la tierra y que nunca han sido (ni serán) escuchados. Adicciones, crisis mediáticas, la partida de Smith por razones familares a fines del 2001, un JK cuyo espiral personal tocó fondo en una maratón drogadicta de tres días en las playas de Costa Rica. Desde entonces, el lento camino de vuelta. Y antes, durante y después, la música, que en el caso de Jamiroquai siempre ha tenido mucho de autobiográfica: solo contra el mundo en “Synkronized” (1999), con el corazón roto en “A Funk Odyssey” (2001), buscando la redención en “Dynamite” (2005). Y ahora, en paz consigo mismo en “Rock Dust Light Star” (2010).
Trece años -y medio, si se quiere ser específico- después, ése disco era la razón (o la excusa) para el regreso. La cita fue en el Movistar Arena. Lleno absoluto, contra los pronósticos de muchos. PapaNegro abrió los fuegos con una felicidad evidente por estar ahí, que tuvo su punto cúlmine con Guayi cantando ‘Wokman’ en medio de la gente (¡qué importa que se le haya olvidado la letra de ‘Cortentrete’, si se está cumpliendo el sueño de una vida!). Matahari sonó como un cañón, demostrando de sobra por qué tenían que estar ahí anoche. Y luego, prácticamente a la hora (siempre se dijo que salían a las 22:30, para los perdidos), los británicos aparecían en escena con formación completa.
Tres vientos. Tres coristas. Sola Akingbola en percusiones. Derrick McKenzie en batería. Matt Johnson en teclados. Paul Turner en bajo. Rob Harris, la nueva mano derecha compositiva, en guitarra. Y Jason Kay, de chaquetón de cuero indio y penacho de plumas púrpuras y blancas. Con su mejor voz en casi una década (sí, eso incluye Verona y Montreux) y rodillas que responden mucho mejor de lo que deberían para alguien de 41. Perfeccionista, aún a estas alturas cuando ya no necesita probarle nada a nadie, un detalle que quedó en evidencia con sus múltiples conversaciones con su mesa de sonido sobre esos constantes y molestos acoples de micrófono que fueron el único punto bajo en la fiesta de poco más de 100 minutos de anoche. Una que tuvo una ejecución instrumental extraordinaria.
El setlist da para discutir un buen rato. Quince canciones, incluyendo cuatro de su último elepé y un arsenal de hits, algunos predecibles y otros no tanto, aún cuando la banda se mantuvo fiel a la lista que venía tocando en el Reino Unido hace un par de semanas. Un número aparentemente pequeño, pero que se explica en la performarce en vivo. Jamiroquai lleva años jugando a las versiones extendidas de su música, una suerte de marca de fábrica durante la última década. Siempre reformando y reinventando sus propias composiciones (ejemplo perfecto de esto fue una ‘Feels Just Like It Should’ que más parecía salida del imaginario de Prodigy que otra cosa), o mezclando remixes y originales, como hicieron con ‘Love Foolosophy’ (tocando casi entero su Mondo Grosso Love Acoustic Mix, para luego dar rienda suelta a la original) y ‘Canned Heat’. Lo de ‘Alright’ y ‘Travelling Without Moving’, ambas también extensas, potentes e inolvidables, no hizo más que confirmarlo.
Hay bandas que buscan aprovechar el tiempo en un show en vivo con una ametralladora de singles (Green Day, por ejemplo). Lo de Jay Kay y compañía no es eso, sino fiesta y una experiencia acorde a ella. Esos largos momentos instrumentales son su forma de coquetear con el trance propio de la pista de baile. Lo hacían en 1993 (¿qué son los ocho minutos originales de ‘Blow Your Mind’, sino eso?) y lo siguen haciendo ahora. ¿Faltaron temas? Por supuesto: ‘Virtual Insanity’, ‘When You Gonna Learn?’, ‘Too Young To Die’, ‘Seven Days in Sunny June’, y un montón más. Pero hace rato que ésta dejo de ser una banda que tiene unos cuántos hits. Les sobran. Y se pueden dar el lujo de dejar de tocar los que quieran y retomarlos cuando quieran.
En realidad, no es un lujo. Es un derecho. Ganado durante casi dos décadas de discos, singles, crisis, carretes, drogas y ataques de ego. Antes, durante y después de todo ello, la música estuvo ahí. Así empezó todo, allá por 1992, y así continúa siendo ahora, en el 2011. Fue la música la que trajó de vuelta al Hombre Búfalo desde su propio infierno, allá por el 2004. Y fue la música la que lo trajo de vuelta a Santiago. Trece años -y medio, si se quiere ser específico- después. Pero no lo trajo solo: trajo la fiesta consigo. Y qué fiesta, carajo.
SETLIST
1. Rock Dust Light Star
2. Main Vein
3. Cosmic Girl
4. Smoke and Mirrors
5. You Give Me Something
6. Lifeline
7. Little L
8. Canned Heat
9. Deeper Underground
10. Space Cowboy
11. Love Foolosophy
12. Travelling Without Moving
13. Alright
14. Feels Just Like It Should
Encore
15. White Knuckle Ride