En la construcción del carácter de un artista, como en el de cualquier persona, existe una serie de contradicciones que -según el caso- pueden debilitar o fortalecer el aura de quien las posee. Desde el momento en que Erlend Øye subió al escenario del Teatro Normandie, mostró que su gama de discordancias enriquece el carisma de tipo entrañable y cercano al que se le asocia. Su aspecto quebradizo y nerd, como sacado de Napoleon Dynamite, contrasta con la presencia atrayente que emana como cantautor; él sabe que tiene a la gente en el bolsillo desde antes de ejecutar el primer acorde. Y sin embargo no actúa con aires de divismo, toca como quien guitarrea en un living y sondea entre el público las favoritas del repertorio, en un acto de relajada complicidad con las personas que llenaban el lugar.
De hecho, la distensión fue tanta que alcanzó para hacer que el propio intérprete aflojara, olvidando letras y fragmentos instrumentales en más de una ocasión. Una falta que la mayoría pareció dejar pasar, obnubilados por el encanto del músico noruego, quien presentó un recorrido de su trayectoria en bandas y en solitario (como ya lo había hecho casi tres años antes en el mismo recinto). Eso sí, esta vez hubo nuevos trucos bajo la manga: lo último de Kings Of Convenience, un dúo junto a Javiera Mena y el desordenado final de fiesta con ‘I’d Rather Dance With You’. Entre medio, sandías caladas (‘Cayman Islands’, ‘I Don’t Know What I Can Save You From’) y covers de clásicos como ‘Ask’ de The Smiths o ‘These Days’ de Nico.
Erlend Øye deja abierta la discusión sobre qué tanto le perdonamos a un artista querible cuando no da lo mejor de sí, pero sabe generar un clima grato durante su recital. La noche del 22 de diciembre se pareció más a un encuentro entre amigos que al concierto de un ícono del indie de esta década, pero lo positivo de este ambiente no bastó para poder jactarnos de haber visto un gran show. Aunque nadie podría quejarse de haberlo pasado mal.