Era un hecho que había ganas de ver a Echo & The Bunnymen en Chile. El Teatro Cariola estaba bastante lleno de gente de todas las edades, pero predominando la franja de edad más madura de los asistentes a conciertos (esa que dejó atrás los 30 hace un tiempo). La expectación era tan grande que se podían ver entre el público representantes de diversos momentos de la música chilena, desde Álvaro Henriquez a Chinoy, pasando por Calostro. También se observaron muchas poleras de compañeros generacionales de los Echo & The Bunnymen: Joy Division, The Cure, Siouxie y, por supuesto, de los propios Bunnymen.
Para acrecentar esas ganas, el grupo se hizo esperar unos excesivos 50 minutos para salir, sin ninguna causa que pareciera justificar ese retraso. De hecho, una gran parte del público comenzó a protestar pasada la media hora de la hora prevista y no paró hasta que el quinteto apareció sobre el escenario. El retraso se olvidó con la salida de Ian McCulloc y compañía, que fueron recibidos de manera estruendosa.
Desde un comienzo se pudo percibir que la histórica potencia vocal del cantante ya no es lo que era. Con poca fuerza, sin demasiados matices y apagada, como la chaqueta excesivamente grande para él que vestía, nada parecía encajar demasiado bien. Su tan famosa soberbia escénica se quedó en un triste (y algo desagradable) intento de rebeldía de patio de colegio: encendiendo un cigarro en un lugar que está prohibido. Esto lo hizo a unos pocos minutos de haber comenzado, dando pie a que una parte del público -bajo la misma tónica de insurreción infantil- también lo hiciera. Si fumar en lugares así es tu acción contra el sistema, pocas causas para luchar debes tener.
Las siguientes canciones sonaron discretas y con poco gancho, entre otras cosas, por el estado tan discreto de la voz de McCulloch. La banda, capitaneada por un músico tan extraordinario como Will Sergeant, hacía lo que podía, pero la sensación de que quizás ya no es el momento para el grupo flotaba en el ambiente. Se animó el lugar con su ya habitual versión de ‘People Strange’ de The Doors, que fue seguida por una de sus canciones más míticas y extraordinarias: ‘Seven Seas’. Este clásico consiguió encender la mecha del público que había venido a entregarse y de ahí en adelante, lo hicieron al margen de que el espectáculo en muchos momentos no estuviera a la altura esperada, deseada o incluso exigible.
Como en sus discos, el concierto mejoraba cuanta más oscuridad contenían las canciones. Los mejores momentos de toda la noche se materializaron llegando a su canción más conocida (y, porqué no, la mejor) ‘The Killing Moon’. Escuchando esto, uno no podía más que pensar en que la imagen por momentos decadente de la banda, no hacía justicia a un legado excepcional. Porque Echo & The Bunnymen tiene varios discos que aparecen con regularidad en las listas de los mejores del rock: Porcupine, Heaven Up Here, Ocean Rain, pero ni su presente en el estudio, ni su esforzada aparición en el escenario están a la altura de su mito. No todos pueden sortear de manera exitosa el desafío de envejecer bien, sin negar el hecho de que el tiempo pasa, principalmente. También es verdad que no son los únicos en su generación (no hay más que recordar el bochornoso concierto de New Order en el pasado Lollapalooza). Aún así, hay otras bandas coetáneas brillantes, como por ejemplo The Wedding Present, que siguen incombustibles tanto en su disco como en sus presentaciones en vivo.
Tras una, otra vez, demasiado larga espera para encarar un encore, estos sí que estuvieron a la altura. ‘Nothing Lasts Forever’ mezclado con ‘Walk On The Wild Side’ de Lou Reed y la fiesta final con ‘Lips Like Sugar’ y ‘Ocean Rain’, que terminaron por todo lo alto y con la sensación de haber asistido a un concierto mejor del que realmente fue.
Muchos de los que estaban allí se sentirán satisfechos por haberse sacado la espina de ver a un grupo realmente relevante en vivo, pero dudo que para pocos quede como algo que pueda considerarse memorable. Y eso era lo menos que podría esperarse de una banda fundamental como Echo & The Bunnymen.
*Fotos por Maira Troncoso.