Viernes 23 de noviembre, Ex Oz, Santiago
Foto por Javiera Tapia
Muchas cosas interesantes de vivir y contar sucedieron la noche del viernes 23 de noviembre en el histórico galpón de Chucre Manzur #6, últimamente rebautizado de forma insulsa como Centro de Eventos Cerro Bellavista, y que todavía los enemigos del paso del tiempo (casi todos) siguen llamando Ex Oz. Cosas emocionantes, que recorren vías muy diversas que van desde la más obvia, la musical y artística, hasta otras de índoles mas imbricadas: vías que tienen que ver con las formas, el pensamiento y el corazón de lo que creemos es una de las mejores postales de la juventud postmoderna, aquella que comenzaba a nacer a fines de los ‘80 y que acaba de rendirse (o zafarse) ante la omnipresencia de internet y su doctrina de la hiperconexión. Ex juventud moderna, la que precisamente ahora controla los mismos poderes y promulgan las mismas formas de entender el negocio que en su momento les hizo rasgar vestiduras propias y agachar la cabeza en señal de desprecio contra al sistema. Ex juventud ruidosa, actual enemigo frente al mocerío real, el de mochila, corbata, cigarrillos y mp3.
Desde aquel fracaso y desde aquella contradicción -y al igual que muchas otras promesas generacionales incumplidas a lo largo de la historia- surgieron por cierto calurosas respuestas estéticas de largo alcance y representatividad. Muchas de ellas siguen siendo parte de los repertorios actuales del gusto popular, pero la que carga a cuestas Dinosaur Jr. excedió lo propio de los ‘90 y sus avatares artísticos para transformarse en una eterna radiografía de la adolescencia, tan vigente como cualquiera de los género actuales que tributan estilísticamente su legado como banda. De ahí parte la capital importancia de la reunión de Mascis, Murph y Barlow en nuestro país. Ya lo intuía Kurt Cobain en su momento: algo de magia existía en aquel trío de chicos de Massachusetts y los cerca de 500 privilegiados que llegaron a la cita pudieron confirmar el olor a historia que surgía de cada acorde y de cada pedal. Sin una gota de falsedad por parte de la banda, con todas las gotas de sudor posibles por parte de la audiencia.
Hacer caso a apelativos es tan desinformativo como entrañable. Padres del grunge, abuelos del indie, precursores por derecho y consecuencia de un puñado de estilos actuales de la música. La verdad es que por sobre etiquetas existe una honestidad brutal que protege la integridad del proyecto como una firme coraza, que no pareciera tener grieta alguna en su traducción al espectáculo en vivo. Puntual y de súbito se deja caer el ruido a las 22:30 hrs. y de ahí no pararía más hasta cumplir casi hora y media de espectáculo: desde ‘Thumb’ hasta ‘Sludgefeast’, pasando por cardinales como ‘Feel the pain’, ‘The Wagon’ o ‘Out There’ y también algunos fulgores del nuevo disco, todos ellos clásicos instantáneos como ‘Watch the Corners’, ‘Rude’ y ‘Don’t Pretend You Didn’t Know’. Un setlist a prueba de fanáticos y leídos para un concierto a prueba de excedentes y vicios.
Sin decorados ni artificios de ningún tipo: sólo el propio instrumento, un paredón de amplificadores, una buena dosis de ego y la sumersión completa en la interpretación son necesarias para lograr el objetivo. A ratos la voz del espectral y fascinante J. Mascis se pierde como un timbre más por debajo de la batalla entre la guitarra y el bajo. A ratos la batería sostiene solos profundos del instrumento que flanquea y a ratos también el protagonista es la mera distorsión. Un todo brillante, erizante y abrumador, emocionante a más no poder, a pedir de boca de quienes en algún momento lamentaron la ausencia de Dinosaur Jr. en Chile. Sin lugar a dudas quienes estuvieron ahí fueron testigos de uno de los conciertos más importantes de este año, de esos que tienen tintes de no ser olvidados nunca más en la vida.
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