Fotos por juan fco gonzalez, Macarrones con Queso y sonidocasero
Otra noche fría (y van…) en el Normandie, donde un grupo de afortunados se dio cita para ver un show que prometía ser distinto a lo que solemos encontrar por estos lados. Se presentaba el japonés Damo Suzuki, conocido por unos pocos como vocalista de la banda alemana Can (entre 1971 y ’73) pero en una dinámica bastante única: improvisación con músicos nacionales en el escenario, de principio a fin. A la larga, quedó claro que no era un concierto. Era una jam session con público.
Hablar de un setlist es complicadísimo, porque a duras penas si hubo uno. La primera parte del concierto, por ejemplo, fue un solo "tema" de más de media hora, y con el mérito absoluto de que Damo daba la sensación de no parar nunca: cantaba, gritaba, susurraba, alternaba humores y tonos (nunca extremistas), aparentemente sin descanso. Por su parte, los músicos que creaban la banda sonora de su voz (los actuales cuatro miembros de Congelador, más Carlos Reinoso de Mostro en percusiones electrónicas) le seguían el paso en esa senda improbable de experimentación absoluta que caminaron por poco más de una hora.
Los que esperaron oír clásicos de Can, desde el comienzo tuvieron tiempo para convencerse de que no sería así. A la primera improvisación le siguieron tres más, todas con el sabor inconfundible de lo único, y que dieron espacio no sólo para oír la interpretación de todos los que estaban arriba del escenario, sino para apreciar su tremendo talento.
Pero lo que amerita párrafo aparte es la calidad humana de los mismos. A fines del tercer jam, Damo Suzuki de frentón bajó del escenario para estrechar las manos de todos los que estaban en las primera filas. Y en la última parte, la invitación de Gepe para alguien del público a subir a escena tuvo un efecto dominó increíble: la gente empezó a sumarse, primero de a pocos y al final por decenas, mientras se empezaban a repartir baquetas para algunos de los entusiastas. La mitad de los presentes terminó sumado a la banda, en un momento de esos que ameritan contarse con orgullo. El cierre de un concierto genial, que voló mentes por derecho propio… y que al mismo tiempo fue tan íntimo y piola (en su esencia), que a la salida del teatro el propio Damo Suzuki estaba ahí, para estrechar la mano de quien lo quisiera. No-ta-ble.