Hacia el final del concierto, Belle & Sebastian toca ‘The boy with the arab strap’ y sube a más de una decena de asistentes al escenario. Unos cantan alrededor de Stuart Murdoch, la mayoría baila, alguna va de un lado a otro y varios, inexplicablemente, se concentran en sus dispositivos móviles. Es una escena previsible: hace cinco años ya lo habían hecho en el mismo Teatro Caupolicán y lo hacen en cada concierto. Cualquier seguidor medianamente atento sabe que, a esa altura, llega la hora en que el público se mezcla con la banda. Es decir, es una rutina, pero aun así tiene algo de entrañable.
Así se pudo palpar este jueves, en el tercer concierto de la banda escocesa en Santiago, contando la presentación privada del miércoles. Los encargados de abrir la noche fueron los locales Les Ondes Martenot, con una actuación que se podría definir en términos matemáticos: en ella, el brillo y la precisión fueron inversamente proporcionales al entusiasmo que mostraron por abrir el concierto de su principal referente. A las diez de la noche en punto salió al escenario Belle & Sebastian. La excusa para esta visita es el flamante Girls In Peacetime Want To Dance, pero ocupó solo la primera parte de un repertorio que incluyó 18 canciones, en poco menos de dos horas. Ahí estuvieron la inicial ‘Nobody’s empire’, por ejemplo, o la bailable y ácida ‘Perfect couples’, en una versión extendida a guitarrazos.
Luego, hubo espacio para otros capítulos de su discografía, con énfasis en los preliminares. De un disco como Tigermilk, por ejemplo, se escucharon cuatro canciones: ‘Electronic renaissance’, ‘Expectations’, ‘The state I am in’ y ‘We rule the school’, que fue uno de los momentos más altos, luego de una prolongada ovación para la recién fallecida Carey Lander, tecladista de Camera Obscura. Para todo aquello, esa pequeña orquesta que comanda Stuart Murdoch, hizo rotar una diversidad de instrumentos: guitarras, piano, teclados, flautas, melódica, bajo, chelo, batería y unas cuantas percusiones, incluido un bongó, pasaron de mano en mano.
¿Qué tiene todo aquello de entrañable? Las melodías, por supuesto. Son los cimientos de una sutileza que es evidente en esas canciones quitadas de bulla y melancólicas que forjaron la primera identidad de Belle & Sebastian, pero que también se puede hallar en las más recientes, como ese pasaje disco llamado The Party Line. Hay algo en Belle & Sebastian que transmite espontaneidad, que permite olvidar por un rato que la noche es parte de una secuencia de hoteles, aviones, pruebas de sonido y chistes repetidos al público de ciudad en ciudad. O quizás sea algo de la performance: el baile un poco torpe de Stevie Jackson, por ejemplo, o la forma en que Stuart Murdoch bromea y pasea tembloroso sobre la valla que lo separa del público, afirmado en las manos que se asoman de las primeras filas, como intentando difuminar esa frontera que lo separa de quienes lo escuchan.
Fotos * Jaime Carrera